En su libro Pachuca: Un tiempo y un espacio en la historia, Juan Manuel Menes Llaguno, Cronista del Estado de Hidalgo, se refiere a la inundación del 24 de junio, un día como hoy, pero en 1949, que califica de hecho sin precedente en la historia de la ciudad en el siglo XX. Acompaña una reseña del acontecimiento. Por razones de espacio no se incluye íntegro todo el texto, pero sí los aspectos más importantes.
“Hacia las cuatro de la tarde de aquel 24 de junio de 1949, todo parecía indicar que contrario a la tradición del día de San Juan, en esa ocasión no llovería, el calor insoportable de la primavera, parecía no ceder, el cielo estaba prácticamente limpio, sin el menor vestigio de nubes y el sol radiante enseñoreaba el atardecer de la bella airosa. En los barrios altos, la costumbre de bañar a todo el que pasaba por la calle, había dejado de mal humor a muchos y divertido a otros.
“Para las cuatro y media, el cielo se cubrió de nubes negras, sobre todo en la porción norte de la ciudad, allá por la Cañada de San Buenaventura, atrás de la Hacienda de Loreto, en menos de quince minutos, un fuerte aguacero se hizo sentir en el centro de la ciudad, pero todo fue cosa de unos diez minutos, poco antes de las cinco de la tarde todo había terminado y se retomaba cotidiano ritmo de vida, los comerciantes de los puesto semifijos de la cuchilla, ubicada a un lado del mercado Juárez, que habían empezado a levantar sus mercancías minutos antes, volvieron a destapar sus puestos, a fin de continuar las ventas, algo parecido sucedió con puestos en el portal de la Plaza Constitución.
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“Es el caso de que el efímero aguacero, apenas sentido en el centro, fue tan solo reflejo de una terrible tromba caída en la zona norte de la entonces reducida área urbana, el enorme torrente recibido en la cañada, pronto encontró su camino entre los cerros de San Cristóbal y la Magdalena y se precipitó sobre el reducido cauce del río de la Avenidas, arrastrando a su paso piedras, troncos y un inmenso caudal de lodo, que al llegar al Mercado Juárez formó un dique, impidiendo el libre paso del agua.
El torrente pronto alcanzó salida y después de las cinco de la tarde las aguas reventaron el puente y las paredes de la entonces inspección policial. Bastaron segundos para que las calles de Zaragoza, Allende e Hidalgo se convirtieran en improvisados cauces de aquellas aguas lodosas y frías. Mercaderes y marchantes fueron sorprendidos por la avenida de agua, muchos salvaron la vida, pero otros muchos fueron arrastrados por la corriente que los ahogó. Todo en minutos”
“En principio se habló de más de cincuenta muertos, pero con el tiempo se habló de más. El total debió sobrepasar las ciento cincuenta víctimas, la mayoría de escasos recursos”.
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“Más de un mes duraron los trabajos de rehabilitación de las principales vías citadinas”.
“A la cifra de los deseos debieron sumarse los cientos de heridos que por todos lados se encontraban. Fue casi nulo el trabajo de las dos ambulancias con que contaba la Cruz Roja e impotentes las diversas salas del Hospital Civil para dar cabida al crecido número de víctimas”.
“El gobernador Vicente Aguirre y el alcalde de Pachuca, Corl. Leopoldo Posadas Ballesteros, recorrieron hacia el anochecer la ciudad, escuchando las quejas y peticiones de los vecinos, ordenando la realización de obra para limpiar las calles siniestradas. Por buen tiempo cualquier amenaza de lluvia angustiaba”.
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