El pasado 12 de diciembre se hizo viral una serie de fotografías y videos de vecinos de la colonia Doctores en Pachuca que amarraron, desvistieron y “golpearon” a un hombre que, presuntamente, intentaba agredir a una mujer.
Afortunadamente, este hecho no termino en un linchamiento como ha sido el desenlace en otras ocasiones, pero me dejó reflexionando sobre la responsabilidad social que tenemos frente a hechos de violencia que suceden todos los días.
Celebró que los vecinos decidieron apoyar a la mujer, ayudarla y detener a este hombre que quería hacerle daño. También que hayan llamado a la policía para que las autoridades pudieran hacerse cargo. Sin embargo, en el video que documenta los hechos podemos observar los golpes que le dan mientras lo amarran y luego deciden, bajarle los pantalones. Todas estas acciones están relacionadas con el escarmiento, el señalamiento, el hacer sentir a la persona avergonzada por lo que hizo. Podemos constatar el enojo de la gente, un enojo bastante moderado que les permitió controlarse frente al impulso de hacer “justicia” por propia mano, pero que no alcanzó a evitar los golpes y la vejación.
Hay un resentimiento y sensación de desesperanza colectiva frente a lo que las autoridades y juzgadores no han hecho para prevenir, sancionar y garantizar que los hechos de violencia no vuelvan a suceder y se queden impunes. Ambas situaciones han generado que en otras partes del país se termine en escenarios espantosos como el linchamiento que ocurrió en Taxco, Guerrero hace casi un año.
La mayor responsabilidad de esto es del Estado, el Estado que nos falla y que no parece saber cómo resolver la situación que ha propiciado. Hay una apuesta a que la reforma judicial solucione los problemas pero todo el proceso nos ha dejado entrever que solo será un paliativo de poquísima eficacia, más cuando las Fiscalías siguen operando de forma deficiente y las policías ejercen actos de poder contra las personas, sin fundamento legal, como sucedió también este fin de semana en Celaya, Guanajuato, donde entre amenazas de asesinato, obligaron a dos hombres, que presuntamente cometieron un delito, a besarse mientras el personal policíaco se ríe, los insulta, todo mientras los graban para su disfrute.
La violencia en nuestro país no para y el Gobierno tendrá que asumir las consecuencias de su negligencia para construir estrategias que busquen la reparación de esta sociedad que se encuentra destruida y resentida por sus fallas.
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