En los últimos meses, en contrastantes estados del país, se han recrudecido conflictos por asegurar o disputar cotos de poder entre organizaciones delictivas. Establecer el número de víctimas mortales es tarea difícil ya que día con día aumentan, con cifras diferentes.
El presidente Andrés Manuel López Obrador no soslaya la presencia letal de la fuerza y ha expresado. “Si no terminamos de pacificar a México no vamos a poder acreditar históricamente a nuestro Gobierno. Sí, no va a ser fácil, ahí vamos, poco a poco, pero a lo seguro”.
Se entiende que hasta ahora se ha inclinado por la mediación, para no incentivar las disputas sangrientas, de ahí aquello de que en vez de balazos mejor abrazos.
Pero esto no parece significar mucho para quienes mantienen actitudes de abierta confrontación, afectando intereses de quienes son ajenos, como son los vecinos de diversas comunidades, en donde se han enseñoreado no solo las disputas, sino también afectando paz, tranquilidad y legítimos intereses.
Un caso típico, repetido sin descanso, es lo que ocurre en Aguililla, con límites con Buenavista, en Michoacán.
Quién sabe en cuántas ocasiones se ha negado el libre tránsito a los pobladores, quienes han sufrido un cruel desabasto hasta de alimentos.
El Ejército, la Guardia Nacional y las policías estatales y municipales se han mostrado en extremo cuidadosos, precavidos al actuar, no en oleajes violentos, pero si resguardando, en estricto apego a sus atribuciones sustantivas, los derechos de los injustamente vejados, los vecinos.
Si se estableciera un Atlas de Riesgo, aparecen entidades donde la inseguridad es pan cotidiano. Estas son, en diferentes matices y orígenes, Michoacán, Oaxaca, Tamaulipas, Guerrero, Zacatecas, Chiapas.
Todos los días, temprano, AMLO, antes de la conferencia mañanera, encabeza una reunión una reunión de seguridad nacional, entendiéndose que se toman decisiones sobre últimos acontecimientos y, asimismo, de otros, aún latentes.
Ante los acontecimientos, pintados con el color de sangre, debe aceptarse que falta mucho por lograr. Y muy necesario es.
Crímenes aberrantes
Ningún adjetivo parece ser el adecuado para definir la conducta de Andrés Filomeno M. conocido como El Chino, vecino de la colonia Lomas de San Miguel, Atizapán de Zaragoza, estado de México, a quien hasta ahora se le atribuyen 19 atroces asesinatos de mujeres pero que, según estimaciones de investigadores, podrán llegar a 30.
Quienes lo trataron lo recuerdan como hombre de pocas palabras, caminando por las calles sin ayuda de bastón, sin tener en apariencia un trabajo y que usaba camisas con estampados de animales.
Mujeres en especial apuntan que tenía una mirada “morbosa”, “con mala vibra”, y que se acercaba deferente a jóvenes y adultas vulnerables.
Sus acciones, desde luego antinaturales, se prolongaron alrededor de 40 años.
Ya detenido, en pesquisas realizadas en el sótano de su casa y recámara, se han encontrado más de 4 mil 300 fragmentos de huesos humanos de mujeres a quienes victimó y fragmentó inmisericordemente.
Por eso las estimaciones preliminares de cuantos fueron sus feminicidios.
Se considera que ya bien establecido el proceso judicial su contra, que será prologado ante tantas evidencias, la pena que se le imponga no la cumplirá en totalidad internado. Los años no le alcanzarán.
A veces, las supuestas capacidades de asombro que uno cree que lo respaldan, se hacen añicos ante historias como esta.
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