La jerga política, la académica y la cultural suelen poner de moda ciertos verbos insólitos en el habla cotidiana. Además de autojustificarse creyendo que suenan claro y recio, quien los emplea recurre a ellos para darse taco. También, de refilón (o más bien: principalmente), para dejar en los demás la imagen de ser una persona comprometida. No descubro el hilo negro si afirmo que se trata de verbos que embelesan, impactan, apantallan, aunque no sean del todo entendibles para el común de la gente (a veces ni para la propia persona usuaria, encerrada en su elitista burbuja palabrera).
«Empoderar» y «visibilizar» son apenas dos entre muchos verbos en boga que podrían citarse. Dejémoslos ahí, sin adentrarnos en definiciones o pruritos gramaticales, que bien lo ameritarían, sobre todo el segundo y su contrario: «invisibilizar». Lo importante es que al pronunciarlos cumplan a plenitud la función de cautivar, de alelar como canto de sirenas. Y encima, por supuesto, de dar poder.
El lenguaje “empodera” al poderoso, el lenguaje “visibiliza” lo que permanece oculto, el lenguaje “invisibiliza” lo que no conviene dar a luz. Sin lugar a dudas la lengua es un arma eficaz, pero el mayor pecado a que podemos inducirla es al abuso, al desgaste, a volverla simple muletilla. Pierde contenido, vitalidad, trascendencia. Pasa a ser una cáscara, que ni de abono orgánico se aprovecha. Todo por servir se acaba, reza el dicho. Y cuando un cierto verbo se acaba, ni cómo acercarle ya oxígeno alguno.
(No tanto por masoquismo sino por dizque pasatiempo, disfruto leer en periódicos o escuchar en noticiarios televisivos la diaria regazón de palabrejas impresionantes, la mayoría mal aplicadas. Las anoto en papelitos de reúso, a veces añadiéndoles una apostilla burlona. Si me animara alguna vez a publicarlas, titularía a mi recopilación algo así como “Les doy mi palabra de horror que yo no lo dije” o “Todo lo que usted siempre quiso saber sobre los horrores, pero temía recopilar”.)
Si el génesis bíblico fue un verbo, nuestra misión terrenal es ampliarlo y enriquecerlo. Bienvenidos los nuevos verbos cuando son justos y necesarios, cuando son nuestro deber y salvación. Recordemos, sin embargo, aquello de no por mucho verborrear… amanecen más y mejores mundos lingüísticos.
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