Hablar de la escuela particular Julián Villagrán es referirse a una institución que sobrevivió a inestabilidades políticas, guerras, revoluciones, regímenes autoritarios y hasta a la precaria economía de Pachuca. Pero no pudo contra su incapacidad de renovarse ni contra la indiferencia —cuando no desprecio— de las autoridades gubernamentales.
Fundada hace 148 años, fue la primera escuela particular del estado con influencia metodista —en un país donde la mayoría de las escuelas privadas eran católicas— y vio pasar por sus aulas a generaciones de alumnos que contribuyeron activamente al desarrollo de la ciudad y del estado. Hoy, sus directivos han anunciado una pausa indefinida en sus operaciones por la baja matrícula y las cargas fiscales tanto locales como federales.
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Es cierto: la escuela no supo adaptarse a los cambios de la ciudad, al aumento de la competencia educativa ni a los retos tecnológicos. Pero también hay un trasfondo más profundo.
La Julián Villagrán está ubicada en el mal llamado “Centro” de Pachuca, una zona que las administraciones municipales han dejado en el olvido. Los barrios altos, donde se alimentaba esta escuela, llevan años sin políticas públicas que apuesten por su renovación. No hay proyectos serios de vivienda digna ni accesible, ni estrategias para atraer a las nuevas generaciones que terminan migrando a municipios vecinos donde sí existen alternativas.
Gobiernos van y vienen sin tocar fondo en este asunto. El abandono del Centro no es un accidente: parece una política no escrita. Mientras tanto, la historia, las instituciones y las tradiciones de la ciudad se desmoronan sin que nadie levante la voz.
Pareciera que los alcaldes se hubieran puesto de acuerdo para decretar: “Que se joda el Centro y los barrios altos, mientras sigamos invirtiendo en las zonas de plusvalía donde vivimos”.
Hoy no existe un plan de rescate para esas viviendas que pronto quedarán intestadas, vandalizadas o en ruinas. No hay proyectos serios de movilidad, seguridad o infraestructura para evitar que esa parte histórica de la ciudad se convierta en una postal del deterioro.
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El cierre de la Julián Villagrán no es un hecho aislado, es una advertencia. Una ciudad que permite que una institución con tanta tradición desaparezca sin defenderla, es una ciudad que ha renunciado a su memoria y a su identidad. Es, también, una ciudad sin futuro.
Porque si no cambia la visión para rescatar el Centro de Pachuca y sus barrios históricos, lo que le pasó a la Julián Villagrán le pasará —más temprano que tarde— al resto de la ciudad. Y entonces ya no será pausa: será ruina.
mho

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