Quienes de manera regular investigamos y difundimos la Historia somos en gran medida masoquistas. Nos complace revolver el lodo de los malos momentos pretéritos, echarle sal a las heridas abiertas, darle vueltas al torniquete del potro donde tendemos los sucesos a fin de arrancarles la confesión que nos conviene. Ejercemos sin conmiseración alguna el papel de inquisidores, cuando no de verdugos, esos encapuchados que alcanzan el orgasmo mientras retiran el piso del infeliz que subieron a la horca.
Por lo menos así nos concibe mucha gente. O tal es la misión, piensan, que debemos cumplir los fanáticos de la musa Clío. Y más en nuestra nación, en este México tan envuelto en efemérides traumáticas, en episodios que retiemblan en los centros de la Tierra al sonoro rugir de cañones invasores. Desde aquel aciago día en que, como tarareaba Gabino Palomares su protestosa cancioncita, “del mar los vieron llegar / mis hermanos emplumados”. ¡Oh, maldita profecía determinista! ¿Cuándo acabaremos de exorcizarla?
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Luego, tres siglos de atadura colonial, sujetos a una muy remota metrópoli. Tiempos contrapuestos, polarizados, alimentadores de rebeldías. Tiempos, a la vez, de riqueza cultural mestizada, tan española (suma de todo un bagaje latino, árabe, vascuence, mediterráneo,…) como indígena (abanico multiétnico de ritos, costumbres, conceptos cósmicos, vestimentas, músicas,…). Tiempos de un idioma castellano embellecido con el diario aporte de nuestras savias lingüísticas (nahuas, mayas, purépechas, cahítas, africanas,…). Tiempos de caracteres, personalidades y fisonomías mutuas que, con su semen y en su matriz, fueron definiendo el “ser mexicano” (cualquier cosa que por esta entelequia pueda entenderse).
Y al fin, la épica independentista (criolla, sí, pero también mestiza, indígena, incluso afrodescendiente). Once años incendiarios, guerrilleros, hazañescos. Ruptura inevitable en pos de un México libre que a las primeras de cambio devino, a lo yanqui, en unos utópicos y constitucionales Estados Unidos Mexicanos. ¡Adiós, Nueva España! ¡A vengar las afrentas, se ha dicho! ¡A desencajar, a trastocar, a borrar del mapa todo lo hispánico ¡Y que los ilustres historiadores se encarguen de esta catártica labor humanista!
Hoy, desde luego, no es 1517-1521, ni 1521-1810, ni 1810-1821 (más su extensión pre-republicana hasta la primera Constitución, la de 1824), pero se asemeja. La retórica que parecía acotada a una época de nuestro doloroso pasado vuelve a cobrar vigencia, ahora demandante de un perdón que nos libere de la pesada losa impuesta hace medio milenio. Si no recibo tu solicitud pública de disculpa, te veto o, de perdida, te pongo en pausa (novísima figura con que habría que actualizar el marco teórico de los manuales de Diplomacia).
La Historia como deudora de herencias sesgadas. La persona vocada hacia la Historia como su fedataria incondicional. ¿Valdrá una versión revisionista de aquella Visión de los vencidos? Diría un clásico: “¡Pero qué necedad!”
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