“Todos los seres humanos tienen un objetivo común y ese es el de ser felices. Cualquier cosa que hemos emprendido en esta vida ha ido encaminada a conseguirlo. Desde muy pequeños nos inculcan una serie de creencias para que nos convirtamos en unos adultos integrados en la sociedad, responsables, trabajadores, con éxito, un buen trabajo, etcétera, de cara a sentirnos más felices en un hipotético futuro.
También existe la creencia muy fuertemente arraigada a través de libros, películas, y es la idea del amor romántico como vía de acceso a una vida llena de plenitud y gozo. También, la idea de que los hijos llegan con un pan bajo el brazo. O la idea de que el dinero nos ofrecerá la felicidad. O la idea del éxito, creyendo que ser reconocidos y admirados por los demás nos permitirá sentirnos más valiosos y realizados.
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Así que nos podemos pasar la vida entera inmersos en multitud de actividades, con el fin de encontrar ese reconocimiento externo tan ansiado. En algunos casos, se invierte mucho esfuerzo en mejorar nuestra imagen física, con operaciones estéticas y horas de gimnasio. Pareciera como si ser mirados con admiración por los otros fuese a darnos algo que no tenemos, como si ser valorados, deseados, o queridos por los demás, fuese la única manera de querernos a nosotros mismos.
En fin, que vivimos en una perpetua ansiedad, buscando todo aquello que creemos nos hará sentir mejor”, esto que escribe Eva Ledesma me ha hecho pensar en ¿Porqué deseamos ser felices? ¿De dónde viene esta sensación de desasosiego que nos hace buscar la felicidad como fin último de nuestra existencia? ¿Existe alguien que no piense en ella?
Estas preguntas me llevan a lo que la investigadora Magdalena Bosch, escribe en un artículo de la revista de filosofía de la Universidad de Cataluña al apuntar que “…para Aristóteles, la felicidad es una actividad de acuerdo con la razón y, mejor aún, es la autorrealización misma del sujeto, que actuando bien se hace a sí mismo excelente y, con ello, feliz. La excelencia es ella misma la felicidad, no algo diferente. Es ser lo mejor que se puede, realizarse uno mismo de la mejor manera, eso es la felicidad. El sujeto feliz es aquel que vive su vida del mejor modo posible, y esto significa ser lo mejor en tanto que ser humano”.
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Coincido con la interpretación que da al pensamiento aristótelico, más cuando abunda que “toda acción humana es un acto del conocer o un acto del desear. Y a la vez pertenece a uno de los tres niveles de las funciones vitales. Cada nivel tiene un apetito propio. El esquema antropológico que subyace en la ética aristotélica se puede resumir en dos ejes: uno vertical que distinguiría entre el ámbito cognoscitivo y apetitivo, presente en diversos niveles de vida. El otro sería un eje horizontal que distinguiría especialmente entre actos vinculados a la razón y actos que no se vinculan a ella, ya sean de conocimiento o de apetito”.
Si lo pensamos, vamos sobre esa delgada línea que nos van trazando nuestras decisiones, elegimos y renunciamos, siempre en pos de encontrar el mejor camino a lo que entendemos como cumplimiento de nuestros actos a la realización; es decir, actuamos pensando en conseguir algo que suponemos nos colocará en el punto más cercano a la felicidad. Ir hacia un punto trazado en una meta, aunque esa meta sea únicamente cruzar la calle es conseguir nuestro objetivo. Regreso a la interpretación de Bosch cuando escribe “…según Aristóteles, la felicidad es la realización plena de la propia naturaleza y no algo que adviene como un premio, siendo ajeno a la acción. Se trata más bien de que nuestras buenas acciones tengan una repercusión real en nosotros haciendo que estemos bien”.