La educación a distancia, reto para una niña ciega

Si la educación virtual es difícil para muchos niños, imagínense para alguien ciego, señala Janeth Cazares, madre de Keiry Débora, una niña de 6 años con discapacidad visual que inicia el segundo año de educación primaria en Acaxochitlán.

Además del desafío tecnológico que enfrenta por su retinopatía del prematuro para recibir las clases en línea, la menor debe adaptarse a no tocar con sus manos -su principal forma de conocer el mundo- para no contagiarse de Covid 19.

“Débora sabe qué es el coronavirus, que debe lavarse las manos, sabe que los botes de basura ya no los debe tocar con la mano, ahora con el pie”,

relata la madre de familia en entrevista.

“Me preocupa cómo le va a ir a Débora en segundo grado”,

dijo.

“Ya no teníamos dinero para pagar la fundación y además porque las clases eran en línea, y para una persona como mi hija la educación virtual resulta muy difícil. En la fundación quieren verla a ella, cómo reacciona y se conduce”,

aseguró.

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“Hay celulares o tablets especiales para personas ciegas, pero un niño ciego quiere platicar, porque ellos no se cansan, son hiperactivos”,

menciona.

A principios de la pandemia, Keiry, con ayuda de la fundación, iba un año escolar adelantada.

“Sus calificaciones fueron muy buenas porque es muy inteligente, pero sí he notado que su aprendizaje se ha deteriorado”,

enfatizó.

Janeth sostiene que si antes de la pandemia las personas con discapacidad ya enfrentaban el aislamiento, ahora este es más debido al distanciamiento social por contingencia.

Con los ojos de mamá accede a la educación

Débora recibe la educación básica a distancia y su mamá comparte el desafío: ser los ojos de su hija.

La madre aprendió braille, el sistema de lectura y escritura táctil.

“No tengo muchos estudios, hay cosas que se me hacen difíciles de entender porque yo solo estudié la secundaria y en educación para adultos”.

Genera algunos ingresos con la venta de pan, ya que asegura casi no puede trabajar.

“De ley tengo que estar con mi hija, porque además se puede caer, comer o beber algo peligroso”.

Recuerda que al principio de la pandemia la escuela mandaba los trabajos a la fundación -donde hay una impresora braille- y el material llegaba impreso para la niña.

Después, ya sin el apoyo de la organización, Janeth leía las actividades para que su hija las contestara.

“Si un libro de español tiene la página 10, en el libro braille son cinco hojas de la misma página”.

Describe que un niño en promedio realiza una lectura de 20 minutos de 15 renglones, mientras que un niño ciego, para leer esa misma cantidad de líneas, puede tardar hasta tres horas.

“Lo que hago con los trabajos de la primaria es que yo los reduzco y le digo cómo va a trabajar. Si son 10 preguntas, las leo, ella escribe la respuesta en la máquina braille, así es más fácil, pero también es cansado.

“Otro problema de los niños ciegos es que puede pasar una semana y si no leen se les olvida, así como aprenden es muy fácil que vuelven a olvidar todo; ahorita en la pandemia Débora no tiene material impreso, todo lo que le he enseñado ha sido oral”,

detalla.

En comunidades, niños invidentes necesitan redes de apoyo

Janeth teme por el retraso y la exclusión de su hija en la educación, más en un municipio con rezago social donde difícilmente las comunidades pueden acceder a especialistas en temas de discapacidad, ya que solo se encuentran en la ciudad.

“La fundación me ayudó bastante como mamá y como persona, porque ahí tienen expertos.  Pero además no solo son psicólogas o pedagogas, también son mamás de niños ciegos”,

señala.

“Me gustaría tener los recursos para pagar una maestra de la fundación, porque mi hija la necesita. Aunque el niño ciego vaya a la escuela normal -presencial- necesita una sombra en el salón, a distancia es lo mismo”.

“Débora no tiene el apoyo para personas con discapacidad, le llegó una vez, pero después ya no, que haya más atención porque en los pueblos sí se necesita ese apoyo económico”,

asegura.

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Pese a las dificultades, Débora no deja de sorprender

“Yo no siento que tengo una niña ciega, me doy cuenta de que Débora no ve hasta que choca con algo”, expresa la señora Cazares.

“Ella es una niña muy inteligente, platica y deshace como los demás niños, uno pensaría que nunca se pintaría las uñas o no se cortaría el flequillo porque está ciega, pero sí lo hace”.

Pese a las dificultades que significa ser ciega en un contexto de pandemia lleno de dificultades para su aprendizaje, la menor no deja de sorprender, afirma su madre.

“Se pone mis zapatillas y se ve al espejo, yo le digo ‘¿Cómo es que te miras al espejo?’ y Débora contesta ‘Pues es que me gusta, me veo bonita’, entonces me siento contenta y bendecida a pesar de todo”, concluye.

“Débora quiere estar conmigo todo el tiempo porque no socializa. Ella puede aprender todo en la fundación y no ir a la escuela. Pero al niño ciego no lo mandamos a la primaria normal porque va a aprender, lo mandamos para socializar”

“Se pone mis zapatillas y se ve al espejo, yo le digo ‘¿Cómo es que te miras al espejo?’ y Débora contesta ‘Pues es que me gusta, me veo bonita’, entonces me siento contenta y bendecida a pesar de todo”

Janeth Cazares, Madre de Keiry Débora

Datos

La retinopatía del prematuro hace que los vasos sanguíneos crezcan de manera anormal y al azar, lo cual puede provocar que la retina se desprenda del ojo.

Antes de la pandemia la menor era asistida en su aprendizaje por Ciegos Fundación Hidalguense, en Pachuca.

Un niño en promedio realiza una lectura de 20 minutos de 15 renglones, un niño ciego puede tardar hasta tres horas.

Si bien el braille es un alfabeto universal, existen pequeñas variaciones en cada idioma.


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