La economía y el amor (II)

Hace un año les platicaba cómo la economía utiliza sus herramientas para tratar de explicar cómo es eso de las relaciones amorosas, lo que decíamos aquella vez es que allá afuera hay un mercado del amor, por llamarle de alguna manera, y que nuestro valor está dado por lo que piensa la otra persona de nosotros, es decir, nuestro valor depende de las opiniones y la demanda del mercado. Les platicaba también que existe la idea de que no es bueno dejarse llevar por nuestros sentimientos porque eso nos hace ver como algo fácil de conseguir y reduce nuestro valor cuando lo que necesitamos es pensar de forma racional para que la otra persona nos vea como un bien de lujo, como un bien que es difícil de conseguir y así nos escoja y no nos suelte.  

Como esa estrategia no sólo no me ha funcionado sino que además me ha traído más daño al hígado y a mi cartera por querer curarme los desamores en los bares, necio con usar la economía como respuesta busqué otra aproximación al asunto y me encontré con algo interesante. Cuando queremos elevar nuestro valor caemos en un problema: si damos o hacemos algo por alguien, queremos recibir al menos lo mismo porque en esto también juega nuestro ego. Yo doy, tú me das o no doy más, lo llevamos a un punto de igualdad matemática. Esta es una actitud un tanto egoísta cuando la idea del amor es más bien la contraria, un amor sincero es incondicional, no importa que yo dé poco o mucho, lo que importa es que yo quiera dar sin esperar nada a cambio porque lo importante es hacer feliz a la otra persona. Se trata de cómo me siento al dar y no al recibir. 

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Pensaba en esto cuando en México estaba la crítica de por qué el gobierno había escogido una política económica de casi cero gasto en lugar de una de mucho gasto para que la economía se recuperara mejor, esta idea viene principalmente de John Maynard Keynes. De forma muy básica, lo que proponía Keynes era que en tiempos de crisis económica se necesita estimular la demanda por medio del gasto público para que se generen empleos, a su vez esto aumenta el consumo lo que a su vez crea más empleos, así se inicia un circulo virtuoso en donde aumenta la inversión, la producción y el consumo, a esto se le conoce como Multiplicador Keynesiano. Si todo sale bien, al aumentar la actividad económica, aumentan los impuestos recaudados y el gobierno recupera eso que inicialmente gastó. El gasto genera un efecto que logra mejorar la situación inicial.  

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¿Y si esto funcionara también para el amor? Si obtener de regreso al menos lo mismo que uno da no es tan buena idea y si dar de manera incondicional genera felicidad cuando la otra persona de verdad importa, aplicar la idea del Multiplicador Keynesiano parece ser una buena forma de resolver el asunto. Si uno da más sin preocuparse por el retorno en el corto plazo, puede ser que eso le mande una buena señal a la otra persona y esta comience a comportarse de manera diferente. Si uno sólo quiere ver a la otra persona feliz sin la necesidad de recibir algo a cambio, eso tal vez haga a la otra persona tan feliz que busque hacer justo lo mismo. Yo soy feliz dando, eso que doy hace feliz a la otra persona, yo soy de alguna forma causante de su felicidad y eso aumenta la mía, la otra persona busca dar más, no porque tenga que hacerlo sino porque le nace hacerlo y eso me hace todavía más feliz, lo que me hace querer hacer más cosas para verla feliz. Tenemos, entonces, un círculo virtuoso. 

No sé si esto me vaya a funcionar, hasta el momento no, tampoco es que haya habido muchas oportunidades para ponerlo a prueba, pero lo que sí les puedo asegurar es que buscar hacer feliz a alguien incondicionalmente sí hace feliz a uno aunque, al final, el desenlace no sea el deseado. Ya vamos de gane. 


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