Por: Dino Madrid
Mientras Lorenzo Córdova y José Woldenberg piden “consenso” para la reforma electoral, la presidenta Claudia Sheinbaum les contestó sin rodeos: el consenso tiene que ser con el pueblo, no con los mismos de siempre. Porque la democracia no es un club privado ni un manual intocable: es una lucha viva. Y esa lucha hoy se da en la calle, no en los salones alfombrados.
Ahí los tienes de nuevo: los exconsejeros estrella, Córdova y Woldenberg, apareciendo como si la democracia les perteneciera, como si todo esto se tratara de cuidar el museo al régimen del pasado. Exigen diálogo, pero solo si ellos lo moderan. Hablan de acuerdos, pero solo si están en la mesa. Quieren consenso, sí, pero a su modo, con ellos dictando las reglas.
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Pero Sheinbaum no se anduvo por las ramas. Dijo claro y fuerte: no se trata de convencer a las élites, sino de construir con el pueblo. Y tiene razón. ¿Quién debería decidir cómo elegimos a nuestros representantes? ¿Unos cuantos expertos que llevan décadas girando en los mismos círculos, o millones de personas que por fin sienten que su voto vale algo más que un ritual vacío?
El famoso “consenso” suena bonito, pero huele a trampa. Porque lo que quieren es frenar cualquier cambio que no les acomode. Dicen que sin su aval, todo es ilegal, autoritario o peligroso. Pero lo que en verdad les asusta es perder el control. Durante años se sintieron árbitros, jueces y protagonistas. Hoy se resisten a aceptar que el protagonismo cambió de manos.
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El INE, durante mucho tiempo, fue una institución blindada, carísima y distante del pueblo. Y sus consejeros no solo cuidaban elecciones, también daban clases de moral política desde el privilegio. Ahora que se quiere cambiar eso, saltan. Pero esta reforma, aunque no sea perfecta, parte de una pregunta honesta: ¿cómo hacemos que las reglas del juego realmente estén al servicio de la gente?
Debemos recordar que la democracia real no se construye entre notables, sino entre proyectos en disputa. Y sí, se vale que haya conflicto. La pluralidad no se decreta, se conquista. Hoy, el piso se mueve. Y Sheinbaum lo sabe: ya no basta con administrar lo que se heredó. Hay que pelear por lo que sigue. Aunque a algunos les duela, la democracia ya no pasa por ellos.
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