Desde pequeña, Mirelle García Guzmán cuenta que el movimiento siempre fue su manera de expresarse. A los 33 años, esta bailarina y maestra de ballet comparte cómo encontró en la danza no solo una pasión, sino también un propósito de vida.
Aunque comenzó tarde, a los 12 años, su dedicación y amor por el arte la han llevado a superar barreras personales, sociales y culturales para convertirse en una figura inspiradora dentro del mundo de la danza.
Nacida en un entorno donde las artes no eran vistas como una prioridad, su interés por la danza tuvo que esperar.
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“Mi papá lo veía como un hobby, algo más deportivo que artístico o cultural. No fue algo que pudiese costear desde pequeña”, comenta.
Sin embargo, su fascinación por el movimiento la llevó a dar sus primeros pasos en la danza con clases de folclor, jazz y ritmos urbanos. A pesar de las dificultades, nunca dejó de soñar.
“Siempre me gustó estar en movimiento. Decía: ‘algún día lo haré’. Aunque ese ‘algún día’ se tardó, porque estudiar arte todavía asusta a muchas personas. Es algo que no siempre se valora”, indicó.
Por ello, primero estudió Ciencias de la Comunicación antes de dedicarse por completo a la danza, un camino que, aunque tardío, la llevó a profundizar en diferentes disciplinas como el ballet, la danza contemporánea y el folclor mexicano.
Aunque su carrera comenzó en el folclor, la vida la llevó a especializarse en el ballet clásico, una disciplina que no solo la apasiona como intérprete, sino también como maestra.
“Siempre he creído que enseñar a los pequeños es clave para generar un cambio. Si trabajamos desde la raíz, podemos transformar muchas cosas”, asegura con entusiasmo.
Como maestra en la escuela de ballet Marbella, no solo imparte clases, sino que también participa como coreógrafa en los montajes de fin de año.
“Ver a mis alumnos crecer, aprender y disfrutar de la danza es una de las mayores satisfacciones. Los niños son puros, espontáneos, y muchas veces, con sus ocurrencias, me llenan de energía incluso en los días difíciles”, expresó.
Su amor por la danza también la ha llevado a representar a México en países como Colombia, Ecuador y Perú, a través del folclor mexicano. Estas experiencias han sido enriquecedoras tanto a nivel personal como profesional.
“La danza tiene el poder de unir a las personas, sin importar su nacionalidad. Es hermoso ver cómo ellos admiran nuestra danza folklórica, y nosotros admiramos las representaciones que hacen de sus propias culturas”, relata.
Aunque actualmente su enfoque está en el folclor y la enseñanza del ballet, tiene en mente sueños más grandes.
“En algún futuro, me gustaría tener mi propio estudio de danza. Pero para ello, es importante estar en constante actualización. Siempre tomo cursos y diplomados sobre pedagogía, danza clásica y folclor, porque no quiero quedarme en lo que ya aprendí. Siempre hay algo nuevo por descubrir”, resaltó.
Para quienes temen seguir una carrera artística, su mensaje es claro:
“Es un mito eso de que te mueres de hambre estudiando arte. Si tienes un sueño, es porque tienes la capacidad para realizarlo. No voy a romantizarlo, claro que cuesta, pero siempre hay oportunidades. Si amas lo que haces, encontrarás el camino”.
Para ella, la danza no es solo un trabajo, sino un refugio. Aunque su vida comenzó enfocada en el folclor, el ballet la ha llevado a lugares que nunca imaginó.
“Mis alumnos son mi mayor motivación. Sus risas, sus ocurrencias, y su entusiasmo me recuerdan por qué hago lo que hago”.
Con una combinación de talento, técnica y una enorme pasión, esta bailarina y maestra de ballet demuestra que el arte no solo es una forma de expresión, sino también una herramienta para cambiar vidas.
Su historia es un recordatorio de que los sueños, aunque tardíos, siempre son alcanzables si se trabajan con dedicación y amor.
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