Su solo nombre, Moguer, dispara mis fantasías. No tiene el exotismo ni la sonoridad de otros topónimos de la península ibérica (Albacete, Cantabria, Guipúzcoa, Málaga, Pontevedra, Sevilla, Tarragona, Valencia, etc.), pero me gusta mucho su humildad bisílaba. De haber logrado viajar alguna vez a Europa, habría movido cielo, mar y tierra para también visitar ese rincón de la provincia de Huelva; pero como mi horno financiero nunca estuvo para bollos turísticos de tal magnitud, ya alcancé la edad de resignarme por no haberlo conocido cara a cara. Y es porque en Moguer nació Juan Ramón Jiménez, y él hizo de su terruño el tercer actor de Platero y yo (no se habría escuchado bien, aunque sí más justo, Platero, yo y Moguer), libro que me enchinó la piel desde que lo leí a los 17 años.
Dicho volumen en prosa, editado en España por Taurus, me llevó a una consecuencia lógica: abrir (y oler, claro) más obras impresas del moguereño, todas en verso, la mayoría publicadas en Argentina por Editorial Losada. Ya perdí la cuenta de cuántas veces las he releído, sean totales, sean páginas aisladas. Y qué de fibras han tocado cada vez en mi interior, qué de motivaciones he tenido para tomar mi propia pluma, qué de licencias poéticas he osado darme a partir de ellas. Más juanramoniano no puedo ser.
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Vayan por orden cronológico algunas citas tomadas de mis libros favoritos de este poeta, mismas que he trascrito a mano en sus respectivas portadillas u hojas falsas:
“Muy buenas tardes, aldea, / soy tu hijo Juan, el nostálgico”. “Y yo soy el tirador / que tiró el tiro a lo alto / porque lo vi tan vacío / que quise llenarlo de algo” (Pastorales, 1903-1905)… “Entre los huesos de los muertos / abría Dios sus manos amarillas” (Poemas májicos y dolientes, 1909)… “Mañana: duerme más, deja que el día / se vaya acostumbrando, hora tras hora, / al pensamiento de la vida triste” (Sonetos espirituales, 1914-1915)… “Sé que tú me conservas, / por si quiero encontrarme / —como te he dicho yo/ que soy yo— mi imagen” (Estío, 1915)… “No sé con qué decirlo / porque aún no está hecha / mi palabra”. “Me respondiste como / si yo mismo estuviera / respondiéndome en ti; / no, no eras tú”. “Yo no soy yo; soy este / que va a mi lado sin yo verlo, / que, a veces, voy a ver, / y que, a veces, olvido; el que calla, sereno, cuando hablo, / el que perdona, dulce, cuando odio, / el que pasea por donde no estoy, / el que quedará en pie cuando yo muera” (Eternidades, 1916-1917)… “La vía láctea / sale de mí, pasa por ti / y vuelve a mí, círculo único” (Piedra y cielo, 1917-1918)… “Crearme, recrearme, vaciarme, hasta / que el que se vaya muerto, de mí, un día, / a la tierra, no sea yo” (Belleza, 1917-1923). Influido primero por “la mejor poesía «eterna» española”, pasó de utilizar “las conquistas formales del modernismo” a la “evolución constante, seguida, responsable, de la personalidad íntima, fuera de escuelas y tendencias”, lo cual devino en un “odio profundo a los ismos y los trucos” y en una “angustia dominadora de eternidad”. De este modo concibió Juan Ramón Jiménez lo que llamaba su “síntesis ideal” como poeta. Acaso la misma síntesis ideal que me lleva a tener Platero y yo entre mis libros de cabecera.
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