Nacido en Actopan en 1970, autor de Trabajos del reino (Periférica, 2003), galardonada con el premio Binacional de Novela Border of Words en ese mismo año, Yuri Herrera es un escritor que últimamente ha decidido recuperar episodios de un pasado que la historia oficial había decidido arrumbar en un cajón. Sea para mantener empolvada la impunidad de una tragedia, como la narrada en El incendio de la mina El Bordo (Periférica, 2018) o por simple desinterés debido a la escasez de fuentes documentales, como en La estación del pantano (Periférica, 2022), su más reciente obra.
El autor hidalguense, quien radica en Nueva Orleans donde imparte clases en la Universidad de Tulane, decidió escribir ambas historias desde una postura actual, como él mismo explicó en esta entrevista con La Jornada Hidalgo, en la que además muestra su escepticismo respecto al nuevo gobierno de su estado natal, al que, reflexiona, le falta dar un giro radical “con las viejas alianzas de grupos políticos y económicos que se han repartido la riqueza del estado por décadas”.
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-Con tu nueva novela, La estación del pantano, abordas el destierro de Benito Juárez en Nueva Orleans. ¿Por qué decidiste revivir ese episodio tan desconocido del expresidente oaxaqueño?
-Porque Nueva Orleans es la ciudad en la que paso más tiempo en esta etapa de mi vida (la otra ciudad sería Pachuca); la conozco, conozco su historia, su dinámica, sus gentes, en especial las condiciones en que vive la población migrante. Así es que desde hacía años sentía que tenía las herramientas para imaginar cómo fue la experiencia de Juárez en su exilio en Nueva Orleans. Es una oportunidad para tratar de entender qué fue lo que le hizo la ciudad, cómo lo transformó, qué herramientas le dio para la batalla que se venía contra los conservadores y luego por la república; y, al mismo tiempo, como cualquier cosa que uno escriba, se trate de lo que se trate, es la oportunidad para hacerme mis propias preguntas sobre el lugar del que vengo, el lugar en el que he caído, la distancia, la soledad; y sobre asuntos fundamentales en la vida diaria de la ciudad, el arte popular, que es el gran arte de este país, y los conflictos raciales.
-¿Por qué crees que Juárez sigue siendo un personaje tan vigente entre los políticos mexicanos y en concreto para el actual presidente López Obrador?
-Supongo que porque muchos quisieran creer que su trabajo es un reflejo del de Juárez, refundando el Estado mexicano, restableciendo la República; porque no se conforman con administrar sino que aspiran a tener un pedestal en la Historia, con hache mayúscula, como si ese sitio se pudiera anticipar. Y no es que tener a Juárez de ejemplo sea malo, el problema es pensar que la historia se repite sin más, o que aprender de la Historia signifique repetir gestos melodramáticos.
-En tus obras más recientes encuentras en la historia un motor para tu prosa. ¿Por qué mirar hacia atrás teniendo una realidad tan compleja en el presente?
-Qué decidimos mirar del pasado y cómo decidimos hablar de él es una postura sobre el presente; aún más, es la afirmación de que hay cosas que se consideran pasadas por mera apatía o complicidad, como es el caso de mi libro sobre el incendio en El Bordo. Aunque haya sucedido hace más de cien años, es un hecho que está presente porque es un ejemplo de cómo funciona la impunidad el día de hoy: apostándole a una impartición de justicia que protege a los ricos y poderosos y que le apuesta al olvido.
-En El incendio de la mina El Bordo rescataste del olvido a una tragedia que la mayoría de pachuqueños e hidalguenses hoy desconoce, ¿somos un estado y un país al que no le interesa su propia memoria histórica?
-No sé si la mayoría de hidalguenses la desconoce. Lo que creo es que necesitamos aprender a escuchar. Esta es una de muchas historias que la gente recuerda, pero que han quedado fuera de la historia oficial o que los medios deciden no reproducir; y tenemos un catálogo interminable: el horror de la delincuencia organizada de los porros durante los años ochenta, en Pachuca y Tulancingo; la persistencia brutal del caciquismo en la Huasteca, con el apoyo de los gobiernos locales y el ejército; por dar dos ejemplos que están ahí, a la vista de todos, pero que las instituciones y los medios hegemónicos pasan por alto.
-En una entrevista previa expresaste que El incendio… buscó documentar un episodio que se distingue por ser parte de la genealogía de la impunidad en México. ¿Crees que ese mal es destino manifiesto o ya hay indicios de cambio en nuestro país?
-Sí, por supuesto que hay cambios, pero no lo suficientemente profundos, no son cambios estructurales. Por cada Encinas que se la juega para desentrañar qué sucedió durante la guerra sucia o en el pasado más reciente, hay decenas de procuradurías, incluyendo a la FGR, que se dedican a administrar la impunidad. No se trata nada más de meter a la cárcel a un presidente narco o a un asesino, esos son pasos indispensables, sino de que cualquier ciudadano tenga acceso a una justicia expedita sin necesidad de corromper a nadie, sin necesidad de plantarse por meses afuera de una oficina para que lo atiendan.
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-Hidalgo, tu estado natal, logró la alternancia en 2022 después de casi una centuria de gobiernos priistas, ¿cómo ves el rumbo que está tomando la entidad?
-Pues es muy pronto para saber. Hay algunos nombres, muy pocos, que podrían hacerme sentir optimista, pero en general me da la impresión de que no hay un giro radical respecto a las viejas alianzas de grupos políticos y económicos que se han repartido la riqueza del estado por décadas; espero que la nueva administración entienda que la estabilidad no pasa por respetar esos pactos, sino por reconocer el mandato de una mayoría harta de la vieja clase política y la oligarquía depredadora que no quiere que nada cambie.
–Parece que tu obra es más reconocida en España y otros países que en México de la mano de la editorial Periférica, ¿no eres profeta en tu tierra?
-Qué bueno no ser profeta de nada, ¿no? Para qué. Por lo demás, a los lectores no hay que apresurarlos, llegan despacio y eso está bien, pues es muy larga la vida de los libros. Y ahorita tú me estás entrevistando para un medio de mi tierra, así es que no tengo nada de qué quejarme.
-Cómo ves el momento actual de las letras latinoamericanas, ¿estamos lejos del boom de los tiempos de Gabriel García Márquez?
-Creo que tenemos que dejar de lado el llamado boom. Simplificando, ese fue un momento en el que se combinaba un renovado interés en América Latina gracias al impacto de la revolución cubana, con la visibilidad de un par de generaciones de escritores y escritoras (aunque a estas se les ha puesto mucha menor atención) de mucho talento y con una gran vocación de estilo, y una muy efectiva estrategia de la industria editorial española para sacarle jugo al momento político y al talento de esos escritores. Pero hoy hay muchísima más trabajando en los géneros más diversos. La literatura latinoamericana no necesita estarse mirando en ese ejemplo porque justamente no está preocupada por crear ese nicho, sino que está en otro tipo de exploraciones, no se concibe como una periferia exótica, sino que ha creado su propio centro desde el cual mira el mundo.
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