Gulp, el lenguaje columnario

Suena redundante asegurar que un columnista de opinión ha de ser también literato. ¿Cómo no imaginarlo lector voraz y muy fijado en lo que lee? ¿Cómo no creerlo sabedor profundo del lenguaje y de la forma de ejercerlo? ¿Cómo no concebirlo exigente y quisquilloso de lo que redacta? Porque en eso, y no sólo en el trato que aplica a cada tema, estriba su eficacia comunicativa; por tanto, su credibilidad. Lo mismo si su columna es de análisis político que financiero, tanto si se dedica a asuntos de género como a ciencias puras o aplicadas, igual si reflexiona en torno a sucesos del arte y la cultura que a los de espectáculos o deportivos. Todo merece, mejor dicho: todo le obliga a un ejercicio literario.

Admiro a quienes escriben columnas que son verdaderos poemas en prosa. No se diga si las convierten en minicuentos o en algo parecido a capítulos de novela. Juegan con la voz escrita, le hacen rondas, la enamoran. Esculpen frases y oraciones, les imprimen un cuerpo, las dinamizan a golpe de cincel. Vierten melodía, armonía y ritmo en ellas hasta volverlas una obra sinfónica o una sonata, cuando no un corrido histórico o un romántico bolero. Les buscan el ángulo inusual, la dirección insólita, el enfoque distinto, para colocarlas en la sección áurea de la foto. Una arquitectura divina, si vale el símil.

Aunque a veces esté lejos de parecerlo, el uso de la primera persona del singular a modo de hilo redactor conlleva una gran responsabilidad. El estilo implica conciencia. Se trata de un compromiso ético, no de una pose egocéntrica. Uno se muestra tal cual es, para que el público se lea a sí mismo a través de la letra ajena. Si entendemos a la columna de opinión como fedataria del pensamiento independiente, el columnista ha de manifestarlo con apertura, con creatividad, con audacia. Hable de lo que hable, así sea de lo cotidiano, de lo ordinario, de lo callejero. El hecho más simple puede trasformarse, por la vía columnística, en introspección acerca de la existencia humana.

Sí, periodismo literario. Pero también, claro, literatura periodística. Y en este punto, ¡ah, cómo quisiera yo que todos los diarios volvieran a la motivadora práctica semanal de los suplementos culturales, por esencia coleccionables! ¡Cuántos libros antológicos de artículos, reportajes, entrevistas, microrrelatos, poemas, caricaturas, fotografías, no se formaron a partir de estas revistas encartadas en las ediciones regulares de los periódicos! Por supuesto, no cabe una estrategia así en los medios digitales, sino únicamente en los impresos… mientras sobrevivan.

Pobres musas: la volatilidad de las redes sociales se ha vuelto su enemiga pública número uno. Y Zeus no nos agarró confesados para sobrellevar este canto de sirenas que encadenó nuestra imaginación literaria a la roca de Prometeo… o a las columnas de opinión, como las de Hércules.