Grandeza

  • Por: Dino Madrid

Hay regresos que no son regresos, son pulsos de la historia moviéndose otra vez bajo la tierra, como raíces viejas que siguen empujando vida. Lo que dijo López Obrador en su reaparición del pasado domingo no es un mensaje político en el sentido tradicional; es una suerte de balance íntimo, un inventario del alma después de medio siglo de caminar a contracorriente. Y uno puede estar de acuerdo o no con él, pero hay algo difícil de negar, volvió hablando desde una serenidad que solo carga quien ya puso el cuerpo y el alma donde otros solo ponen el discursos vacíos.

Porque lo que reapareció no fue el caudillo —ése insiste en decir que ya quedó atrás—, sino el hombre que decidió hacerse a un lado sabiendo que, en la política mexicana, despegarse del poder es casi un acto de fe. Lo que dice, con su tono pausado y su recuento larguísimo de cifras, culturas y cicatrices, es que la transformación no se imaginó, se hizo. Que 13 millones menos en pobreza no son números, son mesas donde se come, techos donde no gotea, vidas que dejaron de estar en el filo. Y sí, también es un misil directo a quienes viven de negar lo evidente.

Hay un matiz que reluce, AMLO habla desde un retiro que no es fuga ni nostalgia, sino oficio distinto. Escribe. Nombra. Teoriza. Y en ese gesto lanza una provocación, si el neoliberalismo tuvo apellido, su proyecto también lo tendrá. Humanismo mexicano, dice. Y podrá discutirse, desmontarse, incluso reinterpretarse. pero es, al menos, una identidad que no nace del capricho, sino de la historia profunda que él insiste en rescatar como si fuera un faro para nuestros días.

También hay una advertencia suave, casi susurrada, no hacer sombra. No dividir. Que la lealtad no es obediencia ciega, sino cohesión histórica. En tiempos donde muchos mandatarios y exmandatarios se aferran al reflector como náufragos, él elige hablar desde la penumbra de Palenque, como si el silencio y la distancia fueran ahora parte del método.

Su reaparición inquieta a quienes quisieran verlo arañando la escena política; les arruina la narrativa. Pero lo que aparece es algo más incómodo, un expresidente que se corre y, aun así, sigue siendo brújula simbólica para millones. Una voz que se empeña en recordar que la historia no empezó en 2018, pero tampoco terminó en 2024.

En el fondo, lo que deja este mensaje es algo sencillo, la política, cuando se vive con convicción, no se acaba, se transforma. Cambia de trinchera. Pasa del mitin al manuscrito. Y aunque él diga que ya no está, lo cierto es que la historia —esa señora testaruda— lo sigue escribiendo entre líneas.

Y ahí está el detalle, reapariciones así no buscan ruido. Buscan sentido. Y eso, en tiempos de estridencia hueca, es casi un acto revolucionario por sí mismo.

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