Fernando Serrano Migallón

Reunir en una mesa académica a un grupo de personajes con diversidad generacional, de disciplinas y trayectorias profesionales, de desempeños intelectuales, obra y presencia pública, es complicado. Desde la complejidad de las agendas y hasta los sentimientos personales, lo determinan.

Habrá quien prefiera la privacidad al espacio público para expresarse, sea por el tema, las circunstancias, las presiones y repercusiones por hacer o dejar de hacerlo.

Posiblemente más complicado si es el caso reconocer a una personalidad notable, famosa o controvertida, de esas generadoras de pasiones como animadversiones, independientemente de su edad, historia de vida e influencia.

Si de homenajes se trata, estarán siempre los riesgos del oportunismo y el autoelogio, detectables a primera vista. En todo caso el reconocimiento trastocará en demérito y reducidas a falsarias las personas llamadas a rendirlo.

Por el contrario, cuando el encuentro es en torno de una persona cuyos méritos son ampliamente reconocidos, con el respaldo de un desempeño impecable y productivo, y una vida honesta y generosa, nadie duda en sumarse.

Recientemente ha sido Fernando Serrano Migallón, destacadísimo representante de la abogacía mexicana, merecedor de una significativa sesión convocada por la Academia Mexicana de Jurisprudencia y Legislación, A.C. presidida por don Francisco Javier Gaxiola Fernández.

No por ser uno de los suyos, sino por el hecho de haber recibido recientemente el Premio Nacional de Artes y Literatura otorgado por el gobierno mexicano. Honor para el recipiendario y reconocimiento a la calidad de la membresía misma de la Academia.

En el espléndido marco de la capilla gótica del Instituto Cultural Helénico, sede de la Academia, fueron cinco las voces escuchadas para detallar la valía del doctor Serrano Migallón: José Sarukán, exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México; Eduardo Matos, arqueólogo y antropólogo recién galardonado con el Premio Princesa de Asturias; Lorenzo Córdova, investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y consejero presidente del Instituto Nacional Electoral, y Malena Mijares, editora y promotora cultural, de larga trayectoria en la Universidad Nacional.

En ninguna hubo elogios fáciles, las expresiones fueron recuento de huellas marcadas en importantes espacios de la vida nacional, referencias y citas de textos salidos de la inteligencia, investigaciones y buena pluma del abogado constitucionalista, historiador, profesor y director de la Facultad de Derecho de la UNAM, y probo servidor público.

Fueron diferentes ópticas, coloreadas por las facetas más significativas de quien hace del derecho vía para ampliar y expandir sus conocimientos en todos los rumbos por donde exitosamente transita.

Su origen familiar lo marcó -libertad, justicia social y democracia-, e hizo acucioso conocedor del exilio español en México, sabedor del impacto y trascendencia de aquel proceso histórico; de las aportaciones a la ciencia del derecho y su enseñanza, el arte y la cultura, a la gastronomía familiar de los transterrados.

Pero sus marcas más señaladas son, la pertenencia a la Universidad Nacional y su vocación docente. Se infieren de las palabras finales de agradecimiento en el referido homenaje:

“He tenido muchísima suerte de robarles todas las mañanas, a cientos, a miles de alumnos, juventud, alegría y esperanza que me permiten, a pesar de todo y de todos, seguir siendo un hombre optimista y creer en México y en su futuro”.