En un salón de clases hay tantas historias como alumnos, algunos llegan dispuestos al conocimiento porque son proveídos desde casa con lo necesario para que su única misión sea estudiar, otros en cambio, sortean tormentosas batallas para poder sentarse en su pupitre.
El aula debe ser un lugar seguro y feliz para el estudiantado, la felicidad se manifiesta cuando el alumno piensa en forma optimista, tiene más ganas, está despierto al conocimiento, aumenta su actividad y permite una mejor relación con sus compañeros.
Es una realidad que la felicidad está ligada estrechamente con el aprendizaje, el hecho de que el estudiante esté cómodo y a gusto dentro de un ambiente áulico, depende en gran medida del docente, también los factores de entorno de la escuela son determinantes.
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Hablar de la felicidad debiera ser más fácil de lo que pensamos, en sus múltiples conceptos se concibe como un estado de ánimo, una emoción o una condición que se asocia con la plenitud de gozar algo que se desea, y como es un término tan particular, la felicidad difiere abismalmente de persona a persona.
Un alumno feliz tiene metas claras, es resiliente, agradecido, se siente orgulloso de sus logros, es más independiente, confía en sí mismo, es más participativo y competitivo, cumple eficazmente con el objetivo de aprendizaje y obtiene desarrollo personal.
Es un tema tan importante, que hay estudios que rankean la felicidad de los países con indicadores educativos, económicos, de salud, nivel de vida, gobernanza, uso del tiempo, cultura, bienestar psicológico, expectativa de vida sana, libertad y ausencia de corrupción, entre los más comunes.
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Pero, ¿Podemos aprender a ser felices?, si consideramos que la felicidad depende de múltiples factores como hábitos y creencias, que son modificables, entonces se puede enseñar, es decir, los niños pueden aprender a construir su felicidad, tal como aprenden a sumar o a dibujar.
Si hablamos de felicidad y aprendizaje es obligatorio voltear a ver a Finlandia, una nación que encontró la clave del éxito precisamente en la educación y que considera en los principios ontológicos de su modelo a la felicidad del estudiante como un fin; otro ejemplo es la prestigiosa Universidad de Harvard que imparte desde 2006 la Cátedra de la Felicidad, ahora replicada por muchos países.
En tiempos de pandemia la felicidad fue aplastada y se reflejó en el aula, los programas de atención compensatoria fueron reforzados y es que, en definitiva, un alumno que no está pleno emocionalmente, tampoco está receptivo al conocimiento, en su cabeza hay prioridades y en este contexto el aprendizaje no ocupa los primeros lugares.
La felicidad es una aspiración universal que está en cada uno de nosotros y depende de cada quien encontrarla, la felicidad del estudiante debe ser siempre una prioridad en el aula.
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