¿Cómo se habría oído renombrarla calzada “Tormento de Guatemuz”, y aprovechar el viaje para levantar en alguna esquina una broncínea escultura de dos pies tatemados encima de un lecho de rosas? ¿O por qué no “Maldición de Huichilobos”, lo que incluso serviría para escenificar por las noches chous turísticos entre lamentos de lloronas maquilladas como calacas ciriquisiacas? ¿O quién quita “Venganza de Motecuzoma”, metáfora ad hoc para mandar construir un cuitlacalli público en cada cuadra? ¿O chance “Guerra Florida”, con venta de chimales prehispánicos que al exponerlos al esmog trasformen los imecas en flores? ¿O quizá “Acalis vs. Bergantines”, si al mismo tiempo se organizan ahí, los días 13 de agosto, concursos de grafitis o de códices en donde se pinte a las canoas mexicas como vencedoras de las naves hispanotlaxcaltecas? ¿O en una de ésas la llamamos…?
Mejor pongamos los pies en la tierra. La vialidad que hasta tiempos precuatroteros llevó el inocuo pero ahora maldecido nombre de “Puente de Alvarado”, se denomina ya, desde el 22 de mayo de 2021, “México-Tenochtitlan”. ¿Dije inocuo? Sí, porque aquello de “Puente” (más antes: “Salto”) siempre me sonó menos a elogio que a trompetilla burlona contra Pedro de Alvarado, alias el Tonatiuh o el Sol, en la medida en que, bajita la mano, aludía a dicho saltimbanqui de cadáveres sobre una acequia como un tipo escapista, para no decir collón. Y eso que lo acontecido no pasa de ser una de tantas anécdotas o leyendas de las calles capitalinas, no un hecho histórico documentado.
(Abro este pequeño paréntesis para ilustrar un caso peor, aquí nomás tras lomita, en el mezquitalteco Actopan. Fue en 1987, cuando el ayuntamiento autorizó mediante decreto que cierta vía de una nueva colonia actopaneca dedicada a “héroes de la Reforma” [sic] se designara “José María Gutiérrez Estrada”. ¡Oh, ironía: junto a una calle “Benito Juárez”, otra “Guillermo Prieto”, otra “Ignacio Ramírez”, etc., se impuso a su vecina el nombre del presidente de la comisión monarquista que viajó a Europa para ofrecer a Maximiliano de Habsburgo el trono de México!… A la musa Clío debe haberle dado un soponcio cuando leyó semejante desaguisado.)
¡Ay, nomenclatura urbana, cuántas aberraciones se cometen a costa tuya! ¡Cuánta desmemoria, ignorancia o manipulación del pasado! ¡Cuánta necedad de aprovecharse de tu indefensión, so pretexto de marcar un caprichoso punto y aparte en la historia, un todo-es-hoy-diferente-conmigo, un después-de-mí-el-diluvio! Y por falta de espacio, pero a reserva de tratar después el tema, no me meto ahora en la toponimia de mi amado país, que también ha sufrido tergiversaciones y asesinatos a mansalva. Total, ¿a quién le importan una y otra?, ¿quién osa despojar a la clase gobernante del privilegio de condenar a sus gobernados a la incultura acomodaticia?
Una gran, concienzuda, energética ciudad como México no se merece firmar su bello nombre en calles tachoneadas o sobre renglones torcidos a propósito. Yo, al menos, no quiero que nadie la convierta en una Tenochtitlandia, ni por los euros y dolaritos que los hombres blancos y barbados nos arrojen cuando la visiten.
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