“Para Enrique, tocayo —de nombre y letras (por más que se bautice «sociólogo»; háganme favor!)—, y quien, desde luego, al margen de esos extravagantes devaneos, tiene bellísimo futuro en la mejor de las profesiones: el periodismo. Con afecto. Nov 1979”.
Tal como acabo de trascribirla, sin que le haya yo quitado, añadido o cambiado ni una letra o signo, es la dedicatoria manuscrita de Enrique Loubet Jr. a mi ejemplar de su libro Nueve famas (México, Fondo de Cultura Económica, 1975). Y la misma sonrisa cómplice que entonces me provocó renace, irónica, cada vez que busco, hallo, palpo, abro, aspiro su tinta y releo dicho volumen en el rincón de obras predilectas de mi biblioteca.
Pablo Casals, Ray Bradbury, José Ángel «Mantequilla» Nápoles, Raymond Oliver, Charles Lindbergh, Enrique Morente, Jorge Luis Borges, Louis Armstrong, Salvador Dalí… Nueve famas entrevistadas por un preguntón de cosas poco convencionales (“Tocar siempre con un pañuelo en la mano, ¿lo copió de alguien?”, cuestionó a «Satchmo»). Un reportero que daba cuenta de fisonomías, talantes, evasivas, disgustos, distracciones (“Que se parara unos minutos en un solo sitio, sería noticia”, afirmó del escurridizo «Mantecas»). Un periodista que aprovechaba la presencia ocasional de alguien para preguntarle algo extra y añadirlo a su nota (“¿Así es siempre, tan de buen humor?”, inquirió a la muchacha que lo encaminó a la puerta después de conversar con el «Genio», como se autodesignó Dalí).
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Por todo ello, siempre he creído que el libro debería titularse Diez famas. Sí, diez, no nueve, para hacerle igual justicia a la de mi tocayo “de nombre y letras”.
De los géneros periodísticos, tengo al de la entrevista dentro de los que más aplaudo, sobre todo cuando la persona que teclea logra el sano equilibrio entre su propio ego y el ajeno. Y no me refiero nada más a su profesionalismo para ir conduciendo el diálogo o a lo atinado de sus interrogantes, sino a la redacción con que termina por “vestir” la charla, o sea, al oficio. Es como si me pusiera yo en sus zapatos para plantearme antes de escribir: ¿Cuándo y cómo presento o defino a quien entrevisté? ¿De qué manera consigno su ritmo al hablar, sus dudas y atorones, sus silencios cuando éstos influyen o de plano determinan el discurso? ¿Registro también sus muletillas, palabras mal pronunciadas, interjecciones guturales? ¿Qué criterios editoriales o recursos literarios he de aplicar en tales casos? ¿Cuál de sus declaraciones debo elegir para rematar mi texto?…
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Bien la describió otro grande del periodismo, Vicente Leñero: “La entrevista es un duelo de inteligencias y sensibilidades entre un periodista que pregunta y un personaje que responde. Así de simple. Pero así de exacto. El lector está atrás, o enfrente, como un espectador invisible que en las páginas de un diario o una revista reconstruye mediante el mágico fenómeno de la lectura ese encuentro de dos.”
Enrique Loubet Jr. virtualmente me conminó a marginar mis devaneos sociológicos para profetizarme futuro en los periodísticos. Me mostré siempre agradecido con él por su juguetona arenga. Sin embargo, no le hice el favor completo. La Sociología siguió y sigue permeando en mi vocación, ejercida ésta por muchas vías, y la escritura diarística es apenas uno de esos caminos. ¡Ah, pero qué camino tan enrique…cedor!
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