Escaparate del servicio público

El servicio público es gran escaparate: acerca  la gloria, o hunde en el fracaso. Lo mismo catapulta inteligencia, exhibe debilidades, ignorancia, abyección, o cancela posibilidades. Ofrece trascender a la Historia, quedar en la anécdota, desaparecer del relato,  y pase al anaquel de la ignominia.

Actitudes, palabras, vestuarios, objetos, escenarios;  una respuesta, ademán, seña, son suficientes para  registrar  personalidades.  Ahí la grandeza desaparece en instantes por soberbia, descuido o ingenuidad; la chispa de un momento descubre capacidades e impone proyectos.

Un  discurso perpetúa liderazgos: el de Churchill por ofrecer sangre, sudor y lágrimas al pueblo británico ante la inminente guerra. La paz, dijo Golda Meir, llegará, cuando los árabes amen a sus hijos más de lo que nos odian a nosotros.

En páginas menores quedará la teoría penal donde la alcaldesa acapulqueña denominó “cohesión social” al saqueo, quizá las mismas donde un peculiar líder obrero se identifica como “el cuñado de los periodistas”.

El histórico escaparate del servicio público desborda acontecidos, retratos de épocas y espacios, imágenes de audacia y cinismo, de lo cuasi divino y lo grotesco. Recuérdese la coronación del emperador africano Bokasa, remedo de la napoleónica en París, con la variante de la capa de armiño arrastrando sobre calles polvosas; o las coreografías de una gobernante del sureste mexicano para informar en sesión solemne del Congreso, y de entusiasta pedagoga explicando la Nueva Escuela Mexicana.

Están las teatrales peroratas de Hitler, los  lastimosos de Juan Pablo II por su deterioro corporal, y el triste de Adolfo Suárez cuando al percibir su desarticulada lectura, ahí mismo asume el padecimiento de Alzheimer y el fin de su vida pública. Contrasta la imponente figura del general De Gaulle encabezando la liberación de Francia, con la humillante capitulación del Imperio del Sol Naciente en el acorazado Missouri.

La historia mexicana exhibe en su vidriera  éxitos y fracasos, origen de  narraciones en torno a sus protagonistas: estaturas físicas acrecentadas o empequeñecidas, motivos de reconocimiento o burla, caricaturas y poemas  con sorna, ironía o exaltación; ridículos, trivialidades y despropósitos.

Se diferencia el discurso expropiatorio del presidente Cárdenas sosteniendo las hojas, simbólicamente, en la mano izquierda, y el nacionalizador de la banca, del presidente López Portillo enjugándose las lágrimas.

Varían en mensaje las imágenes del general Cárdenas – otra vez don Lázaro –  de traje y corbata, sentado en el suelo, en torno de rústico comal, y en el suntuoso  Palacio Nacional, ambas rodeado de campesinos; con la del ex presidente  Salinas en huelga de hambre, enfundado en fina chamarra.

Errática comunicación hizo del presidente De la Madrid  gobernante confundido por los sismos de 1985;  y acercó a la demagogia al presidente Calderón con el agua a las rodillas en las inundaciones de Veracruz en 2010.

La acertada proyectó al presidente López Obrador y al gobernador Fayad, atendiendo in situ la explosión de Tlahuelilpan a breves horas de sucedida y en los días subsecuentes; también a los trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad reparando las torres de alta tensión colapsadas en Baja California Sur el año pasado.

En el escaparate del servicio público importan talante y talento, profesionalismo para comunicar –  imprescindible en tiempo de redes sociales -, a riesgo de llevar una emergencia a la comedia de absurdos y servir un banquete de dudas y descalificaciones. El alejamiento de lo prioritario por desinformación, pérdida de perspectiva y/o mezquindad.