El humanismo es un movimiento intelectual, filosófico y cultural europeo estrechamente ligado al Renacimiento, cuyo origen se sitúa en el siglo XIV en la península Itálica. Con el tiempo le va dando forma a una cosmovisión de la existencia humana. Este movimiento se convirtió en un modo de pensar, de sentir, de actuar y de vivir en torno a una idea principal: en el centro del universo está el hombre, un ser pensante, racional, libre, digno, autodeterminado.
En su momento, tal vez la aportación más valiosa del humanismo, fue sustituir la verdad suprema indiscutible: el dogma, por la reflexión el torno al hombre. Desplazó a Dios como el centro y razón de todas las cosas, dejó de ser la respuesta a todos los problemas y lo relevaron en asuntos de política, ética y estética; nace el antropocentrismo y el hombre se ve como un sujeto que le da sentido a su existencia y al mundo entero.
Con el tiempo, podemos hablar de que hay muchos tipos de humanismo, el del renacimiento, el racionalista, el liberal, el ilustrado, el romántico, el existencial, entre otros, cada uno hijo de su tiempo y su circunstancia, pero entre todos construyeron la imagen que hasta hoy tenemos los hombres de nosotros mismo: seres libres, con capacidad de tomar nuestras propias decisiones de manera consciente y voluntaria, elaborar pensamientos, vivir emociones y realizar acciones; un ser dinámico que se compromete consigo mismo y con sus semejantes, dando así sentido y dirección a su vida. Un ser finito con posibilidades y infinitas, digno, responsable de su propia existencia.
Sin embargo, las culturas están en constante flujo y esa imagen del hombre que hemos construido durante siglos, está en tela de juicio, en el aquí y ahora, florecen nuevas corrientes de pensamiento que apoyadas en los grandes avances de la ciencia y la tecnología aspiran a una superación de esa imagen que hasta hoy nos sostiene. El posthumanismo aboga por la reconfiguración de la naturaleza humana y propone la creación de seres biológica y tecnológicamente mejorados, superiores al homo sapiens.
En la modernidad la ciencia se volvió imparable y algunos de sus frutos han mejorado notablemente la calidad de la vida humana, más también tenemos muchos ejemplos de cómo cuando se adoran los instrumentos científicos y técnicos y no se limitan por ninguna consideración ética, nos llevan a la catástrofe.
Los avances en la informática dieron a luz, entre otros productos: las computadoras, el ordenador individual, la red de redes o internet, la inteligencia artificial, internet de las cosas, el big-data entre otros y con ellos se modificó sustancialmente la forma de vivir las realidades sociales, políticas y económicas de nuestro tiempo.
La tecnología nos presenta la robótica, los drones, las impresiones 3D, la nanotecnología; las ciencias de la vida nos dejan atónitos con sus propuestas de medicina personalizada, sus estudios sobre el cerebro y los deslumbrantes avances en el campo de la genética. Todo la anterior tiene su lado luminoso, pero nos negamos a debatir sobre su lado oscuro.
Lo mencionado anteriormente supone un avance enorme, más también debería alertarnos sobre las posibilidades de que las brutales brechas de desigualdad soco-económica se hagan más grandes que nunca y que sea el dinero el instrumento que en la práctica separe a quienes tendrán pleno acceso al sueño posthumano y a quienes quedarán excluidos y marginados de aquello que puede mejorar su vida cotidiana.
Durante miles de millones de años, la evolución caminó a su propio ritmo, hoy que conocemos el genoma humano, a través de la ingeniería biológica, de la manipulación genética, podemos ir más allá de los ritmos evolutivos y jugar con el ¨diseño inteligente”, la clonación, la ingeniería de ciborg. Parece ficción, pero muy pronto sabremos si los humanos podemos construir un muro bio-ético capaz de orientar sus creaciones hacia el bien común o si seremos testigos mudos y lejanos de la aparición de otro tipo de ser muy distinto a lo que hoy consideramos humano.
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