La región de Tula dejó pasar la oportunidad de comenzar a cambiar el rumbo de una de las zonas más contaminadas del país. Al decir que no al Parque de Economía Circular, también llamado parque ecológico, se cerró la puerta a un primer intento serio por revertir décadas de deterioro ambiental y se dejó a futuras generaciones sin un espacio que podía marcar un antes y un después.
No es un diagnóstico nuevo. Tula lleva 125 años recibiendo las aguas negras del Valle de México y más de 50 años respirando contaminantes de la Refinería Miguel Hidalgo y la Termoeléctrica. A eso se suman decenas de tiraderos de basura a cielo abierto que han normalizado la contaminación como parte del paisaje. En ese contexto, el parque representaba algo distinto: no la solución total, pero sí un punto de partida.
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El proyecto no prometía borrar todos los problemas ambientales de la región. Nadie serio lo planteó así. Pero sí ofrecía una manera distinta de organizar los esfuerzos, concentrarlos y comenzar a construir un modelo que rompiera con la lógica del abandono. Era, en el mejor sentido, un símbolo de cambio posible.
Hace unas semanas tuve la oportunidad de preguntar al doctor José Luis Samaniego Leyva, subsecretario de Desarrollo Sostenible y Economía Circular de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), cuál sería el rezago en materia de manejo de residuos si el parque no se construía. Su respuesta fue directa y contundente: calculó un retraso de alrededor de 40 años, porque en lugar de un esfuerzo regional coordinado, ahora cada municipio tendría que hacerlo por separado. Fragmentación en lugar de estrategia.
Eso fue lo que terminó imponiéndose. Activistas y ciudadanos que, en muchos casos, actuaron de buena fe, pero también bajo el efecto de desinformación y noticias falsas que circularon ampliamente en redes sociales. Tal vez la intención fue legítima, pero el resultado será un proceso mucho más lento, más caro y menos eficaz.
¿Quién gana con esto? No la región. Siguen ganando quienes controlan la recolección y disposición de residuos, un negocio que continuará operando con las mismas prácticas, a pesar de las emisiones de carbono y del manejo deficiente de la basura. El reciclaje, en los hechos, seguirá siendo marginal. La cultura no cambia sola ni por inercia.
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La presidenta Claudia Sheinbaum ya fue clara: se respetará la voluntad de la gente, pero el parque sí se construirá en otro lugar, distinto a los terrenos de la fallida Refinería Bicentenario. Es decir, otra región será la que reciba menos basura, cierre tiraderos a cielo abierto, sanee suelos, reduzca emisiones, cree áreas verdes, genere empleos, capacite a su población, transforme residuos, incorpore tecnología limpia y gane competitividad económica. Otro territorio tendrá un nuevo pulmón de oxígeno.
Aquí, muchos dirán que ganaron. En realidad, perdieron la oportunidad de empezar a cambiar las cosas. Podrán “respirar tranquilos”, aunque el aire —como siempre— siga estando contaminado.
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