Enrique Rivas columna Vozquetinta

En pocas palabras…

¡Ay, canijas palabras! ¿No que ustedes y yo nos llevamos de piquete de panza? ¿No que son mis cuatachas del alma, mis contlapaches, mis amasias? ¿No que les encanta servirme de tiempo completo, sin tomarse días feriados, puentes o vacaciones, sin intenciones de jubilarse algún día? ¿Entonces por qué a veces me rehúyen o fingen demencia cuando más las llamo, cuando su aportación solidaria me es de vital importancia?

Mis manos escritoras y mi voz microfoneada son los vehículos que siempre he puesto a disposición de ustedes, a sabiendas de que no serán esclavas suyas sino socias fundadoras, fieles, conscientes de nuestra empresa común: la comunicación. Mediante estas herramientas enchufo la mente a los dedos o las cuerdas vocales para darles un poco de orden y concierto, de modo que dejen de ser palabras sueltas y se vuelvan hilos conductores. Pero, ¡por el amor de Dios!, ustedes también pongan de su parte. La reverencia incondicional que les profeso no llega al grado de sentarme cruzado de brazos cuando les da por ponerse a jugar conmigo a las escondidillas.

¿Falta de inspiración, argumentarán ustedes para explicarme cuando en ocasiones no sé de qué puedo escribir o hablar? Eso que se los crea quienes tienen a las Musas por ángeles de la guarda. La súbita iluminación, la virtud casi teologal que surge impetuosa e irrefrenable en todos los cuentos de hadas, es una auténtica falacia. O será el sereno, pero a mí nunca me ha funcionado. Si la esperara como panacea o como varita mágica, estaría yo igual que aquel personaje de leyenda (mejor dicho, de refrán) que en la ribera de un arroyo esgrimía al aire una caña de pescar para ver si de tarugada saltaba un pez y se ensartaba.

Tampoco me salgan con el argumento de que en nada contribuyo a fomentar su culto. Ustedes bien saben que muchísimas veces me he dado el lujo de extenderles sus significados, juguetear con los sonidos que producen, usarlas en contextos diferentes o insólitos. Me atrevo incluso a inventarles compañeras, a crear nuevas palabras fusionando dos, tres o más de las ya existentes, respetuoso siempre de las reglas gramaticales formativas. Sin ir más lejos, ¿qué otra osadía quiere sino esta presuntuosa Vozquetinta que seguido se empeñan ustedes en no ayudarme a “inspirarla”?

Doy mi palabra por ustedes. En todo caso, me acojo a lo dicho y cantado por Álvaro Carrillo en uno de sus más hermosos boleros: “Pero habla, habla, habla, / hasta que quedes vacía de palabras; / mas si quieres que hablemos de amor / vamos a quedarnos callados”.


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