En su artículo “El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo”, Gayle Rubín retomaba los estudios de Levi Strauss sobre cómo se habían conformado las sociedades antiguas. Una de sus premisas mencionaba que las mujeres se habían considerado como “objetos de regalo” por el significado y valor que se les daba para poder afianzar relaciones políticas, sociales y económicas entre los hombres. A través de la idea de propiedad, regalo y de instituciones como el matrimonio, la heterosexualidad obligatoria y el mandato de maternidad es que se gestó la opresión sexual de las mujeres.
Hay que mencionar que la narrativa de las parejas felices para siempre o mejor conocida como el amor romántico tiene un par de décadas. La literatura romántica ha destinado un gran espacio para construir la idea de los amantes, el amor imposible porque como mencionaba, el matrimonio no nacido del amor, pero con las ideas de libertad sexual que se desarrollaron en los 60’s, y 70’s que buscaban romper con la tradición de los matrimonios arreglados esto fue cambiando, pero reforzando siempre el discurso de la opresión contra las mujeres. El amor romántico generó tantos mitos, prejuicios y estereotipos a su alrededor que se creó la noción de que las mujeres estamos incompletas sin un hombre, no estaremos realizadas hasta tener una familia y dedicarnos abnegadamente a los trabajos de cuidado, todo por amor.
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¿Qué hemos hecho y vivido las mujeres en nombre del amor?
Las abuelas adolescentes fueron raptadas y, aunque era un delito, este desaparecía si los abuelos, muchas veces décadas mayores que ellas se casaban con ellas. Lo mismo sucedía con nuestras abuelas violadas, obligadas a tener hijxs de la violencia y en el mejor de los casos, recuperando su honorabilidad si su agresor las desposaba.
En nombre de este amor violento se han construido miles de familias. Se han recibido gritos, golpes, amenazas. Se han sacrificados sueños, metas, trabajos, amistades y familias.
Hemos escuchado que, si no tenemos esa devoción maternal no somos mujeres.
Se nos ha desaparecido de la historia u los hombres se han llevado el crédito por nuestras obras.
Hemos sentido celos, de esos que te hacen temblar el pellejo, de otras mujeres. Porque si otra mujer osa robarnos a el hombre nos han dicho que es nuestra culpa. Nos hemos mirado las unas a las otras como enemigas, como competencia, incluso a nuestras propias hermanas e hijas.
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Nos hemos quedado solas, hemos llorado solas, hemos gritado solas porque hay que apechugar, hay que aguantarlo todo.
Se nos ha negado el derecho a denunciar la violencia, porque nuestros servidores públicos no entienden como funciona, como sin redes es imposible salir de ahí y que por eso muchas veces terminamos quitando las denuncias y ellos queriendo no levantarlas porque: de nuevo esta vieja mensa va a regresar con su agresor. Luego nos asesinan y los periódicos pondrán: “apareció muerta” o “la mato porque estaba cegado de celos” para justificar un asesinato.
Tenemos una deuda con las generaciones venideras, pero también con nosotras, las que estamos vivas hoy y luchando con la violencia. Las que hemos descubiertas que juntas nos salvamos la vida, que, si se puede construir desde la ternura radical que es un espacio crítico, de resilencia, de resistencia y de mucho poder donde las personas estamos completas y compartimos nuestros mundos tratando de erradicar las narrativas violentas con las que hemos sido educadas.
Que, en nombre de la ternura, del amor ni una más de nosotras sea violentada o asesinada.
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