En el nombre del padre

Ustedes cuatro saben mejor que nadie cómo me purgan los días inventados para festejar esto o lo otro, y el del padre no es la excepción. No busco ni quiero oírme felicitar sólo por haber puesto mi semilla en el proceso biológico de traerlos al mundo, comenzando porque nunca me dio el síndrome del gallo culeco. Tampoco espera hoy regalos mi preocupación natural de aquellos tiempos por verlos crecer sanos, arropados, inscritos en la escuela y, cada que me era posible, llevados de viaje porque pretendía que conocieran también los Méxicos rurales que les negaba nuestra vida en la metrópoli. Y menos aún merezco ahora apapachos porque se parezcan a mí en tal o cual rasgo fisonómico o de carácter, como tantos egos paternos.

Los genes no son más que una inevitable ley de la naturaleza. ¿Qué sentido tiene entonces pavonearme de cumplirla? ¿Qué ganaría con pararme el cuello, aunque los valores que les legué sean una seductora tentación a la vanidad? Uno como padre simplemente hereda a los hijos un borrador cromosómico, el esbozo de un mapa genético con rutas tentativas para caminar por la vida, y hasta ahí. Tengo claro que la tarea de un progenitor no es descubrírselas —peor: imponérselas—, sino enseñarles a manejar herramientas para encontrarlas por cuenta propia. Porque cada quien elige, sigue, moldea su ruta individual. Y quizá, mientras menos pasos recicle, mejor.

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Más allá de la anécdota chusca en que la ha convertido la jerga dizque científica, me cuestiono la clonación padre-hijo. Si eso es lo que se festina cada año el tercer domingo de junio, prefiero no celebrarlo. Tanto amo a ustedes, mis cuatro vástagos, que les aplaudo no jugar el papel de ser una copia facsimilar de mí. Nuestra identidad ha de fincarse en principios más sólidos que el simple “De tal palo, tal astilla”.

(“De tal jarro, tal tepalcate”; “Hijo de tigre, pintito”; “Hijo de gato, caza ratón”; “De padres cantores, hijos jilgueros”; “Canastos padres, chiquihuites hijos”,… Vaya que son muchos los adagios, proverbios y dicharachos acerca de las personalidades trasmitidas por consanguinidad. Algunos se expresan con orgullo; otros, con ironía, cuando no en plan crítico o de abierta mofa. Vista así, la paternidad como contraste o como dilema existencial también la refleja la sabiduría refranera.)

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Veta inagotable es este tema en el campo literario. Citaría aquí a Kafka, a Reyes, a Rulfo, a Sabines, a Garibay, recientemente a Villoro. Les toca a ustedes, hijos, hijas, leer las obras donde dichos autores tratan el asunto (digo, si les nace leerlas). Y para ser congruente con mi fobia hacia todo lo impositivo, termino por sugerirles que nunca olviden, cuantimás el mentado día del padre, que está en sus genes haber sido educados en la libertad, no en la dependencia ni en el fanatismo.