YOLANDA

En contra del mar

A nosotras, las jóvenes feministas, siempre nos tachan de subversivas. Sí, de ir en contra de la moral, de la sociedad, de las buenas costumbres, de los mandatos de género, clase, raza, orientación, capacidad, etnia, entre otros que han prevalecido en la historia de la sociedad occidental.

Una llegó a este mundo construido con la mirada masculina y desde el poder para hacer dos cosas: seguir las reglas o protestar. Así que en el espacio digital y terrenal nos encontramos: teniendo círculos de reflexión, aguantando a hombres queriendo decirnos como se hacen las cosas, gritando consignas en una marcha, haciendo carteles que visibilicen nuestro dolor y nuestra fuerza, rayando paredes y por qué no, rompiendo vidrios, esperando que el siguiente hombre que sale con nuestras amigas no sea un machirrín, si eres lesbiana que seas invisibilizada, si eres feminista escuchando que eres lesbiana, acompañando a nuestras compañeras a enfrentarse a la burocracia, a la corrupción y la impunidad del sistema jurídico demandado, denunciando, quejándonos de quienes nos agredieron, buscando a nuestras hijxs, hermanxs, amigxs o a alguna desconocida, resignificando nuestra historia, dando testimonios de sobrevivencia y fortaleza a las violaciones sistemáticas de nuestros derechos fundamentales, trayendo un gas pimienta siempre en nuestra mano por si algún hombre, sano hijo del patriarcado, decide que es un buen día para violentarnos y todavía tenemos que aguantarnos las malas palabras por ser “una pinche feminista radical”.

Radical

A lo largo de la historia a las mujeres y a las personas que han alzado la voz en contra de la desigualdad, la discriminación y la violencia, las han tachado de radicales o subversivas. Radical viene de raíz, es decir las que buscan que el problema (en este caso la violencia contra las mujeres) se resuelva de raíz.

¿Por qué?

Porque no queremos que se siga repitiendo una y otra vez. Pero he de reconocer que el término radical está muy mal empleado. A las feministas blancas, burguesas y heterosexuales que buscaban el derecho al voto a principios del siglo XX se les tacho de radicales.

¿Por qué?

Porque iban en contra del mandato de las mujeres a permanecer en el espacio privado.

Ahora tachan de radical a aquellas que destruyen, que rayan los edificios públicos. La gente es incapaz de ver que eso es solo una expresión más de protesta y no un acto de violencia. Violencia pueden ser palabras, golpes, omisiones, acciones. En cada protesta nueva, el Estado nos enseña que tiene todo el poder y decide qué vidas son más valiosas, cuando al otro día desaparecen nuestras pintas, pero no aparecen nuestras amigas.

El feminismo que practico y del que reflexiono todos los días, es aquel que ve que no podremos lograr la igualdad entre “hombres y mujeres si no tiramos otros sistemas de opresiones, como el clasiracismo, el capitalismo, el capacitismo, entre otros, porque si solo nos enfocamos en eso, otras, como yo y mis amigas, quedaremos fuera, pues nuestra autonomía no estará plenamente reconocida. Y la verdad es que ya estamos cansadas de que el Estado controle nuestras vidas, pero eso no significa que dejaremos de gritar; para eso nos sobra harta pila. 

Este espacio busca dialogar, reflexionar, proponer y sobre todo criticar, rescatando los testimonios de las mujeres y las personas que resistimos a la violencia en Hidalgo; nosotras, nosotrxs, lxs que vamos en contra del mar.


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