La nostalgia reflexiva de añorar al pasado por lo que no ocurrió también es una forma de enterrarnos. Pensar en retrospectiva suele hacernos perder la cabeza. Crearnos escenarios sobre qué hubiera pasado si nuestras decisiones fueran otras, si hubiéramos permanecido en el mismo sitio, o bien, si nos hubiéramos movido de ese sitio.
Los seres humanos estamos eligiendo siempre. Después de respirar, elegir es quizá una de las tareas que realizamos casi automáticamente. Sin desearlo, estamos entrampados en este huracán. Abrir los ojos, despertar es nuestra primera elección. Apagar el despertador, levantarse de la cama, lavarse la cara, ver cuál será la ropa y los zapatos que ocuparemos, qué comeremos, encender la televisión, el radio o nuestros dispositivos móviles, la red social que rastrearemos primero, etcétera.
También lee: Mujeres respetadas en sus decisiones
En el plano ideal, deseamos que nuestras decisiones tuvieran que cumplir con tres aspectos: a) me otorgará algún beneficio b) cambiará en algo mi realidad c) me significará algún tipo de costo (social, moral, monetario, físico, etcétera). Sin embargo, en el sentido práctico, nuestra realidad es que lo hacemos intuitivamente.
La experiencia y la educación han hecho que inconscientemente creemos sesgos en nuestro cerebro que nos orillan a automatizar nuestras decisiones. Y por ello, después, “como adultos, elegimos una cosa sobre otra y luego la justificamos diciéndonos a nosotros mismos que debe gustarnos la cosa que elegimos, y que la otra cosa no es tan buena”, esto que afirma la investigadora Alex Silver es plenamente demostrable. ¿Cuántas veces no nos hemos preguntado el porqué tomamos una decisión y elegimos entre una y otra opción?
Para no entrar en conflictos con nosotros mismos, nos autocomplacemos infiriendo cosas y repitiéndonos: “lo que elegí es lo correcto, porque lo otro no me pareció tan bueno”; “ya tengo esto aquí, así que me debe gustar y satisfacerme”.
Checa: ¿Ser traidor es una virtud o un defecto?
Elegir es también la aceptación del fracaso. Asumir nuestra disposición a la pérdida o la destrucción de algo. Al elegir nos privamos de experimentar. Elegimos para no tener y para no sentir, para no desear o para paliar nuestros instintos.
Asumir las consecuencias de nuestras elecciones es afianzar las certezas. En los niveles de toma de decisión nos damos cuenta de la importancia de nuestras definiciones únicamente cuando sentimos que puede cambiarnos, sin embargo, todo el tiempo estamos al filo de la navaja. Salir de casa, tomar una ruta u otra, podría hacer la diferencia entre morir y seguir vivos.
Tal vez por ello, prefiramos vivir haciendo todo automáticamente, atendiendo a nuestra capacidad de racionalidad únicamente cuando es altamente necesario. La ignorancia de nuestras elecciones o, mejor, su admisión inherente, no es una resultante sino un punto de partida para el conocimiento y en este caso, para la practicidad.
Deja una respuesta