¿Se han preguntado por qué las cosas cuestan lo que cuestan? Si nunca lo han hecho, deberían planteárselo algún día y tratar de obtener una respuesta. Esta vez vamos a platicar sobre el valor de las cosas y algunas otras curiosidades.
Al momento de plantearnos la idea de por qué las cosas cuestan lo que cuestan lo primero que nos viene a la mente es que el precio de un bien está en función del precio de los materiales con el que está hecho y de la cantidad de trabajo que se ha utilizado en su fabricación, la cuestión es que si bien es una parte importante, no lo es todo, de hecho hay una escuela de pensamiento económico que nos dice que no es ni siquiera lo más importante.
Por allá de mediados del Siglo XIX Carl Menger y Leon Walras, entre otros economistas, plantearon una idea bien interesante: La Teoría del Valor Subjetivo. Lo que nos decían es que el valor de un bien viene determinado por el valor que el demandante le atribuye. Es decir, yo le doy valor a una cosa dependiendo de cuánto me interese o necesite, si el bien lo necesito mucho para satisfacer una necesidad, estaré dispuesto a pagar más por él. Así que el precio de algo no lo determinan sus costos sino la valoración que le da la persona que lo va a comprar.
Una forma sencilla para entender esto la podemos observar en el precio de los boletos para un concierto. El precio inicial del boleto no está determinado sólo por sus costos y su rentabilidad esperada sino también por la cantidad de personas que quisieran estar ahí. Si el precio de un boleto es de $100 pesos pero nadie quiere ir, en realidad el precio del boleto es de $0 pesos, el valor que le da la gente a ese concierto es ninguno. Pero, ¿qué sucede si mucha gente quiere ir?, entonces ese boletos de $100 pesos no sólo sería comprado a ese precio, si la demanda es mucho más grande que el número de boletos disponibles, las personas estarían dispuestas a pagar todavía más en la reventa, el precio de ese boleto en realidad es mayor porque mucha gente quiere estar ahí.
Lizvet y yo nos vamos a desayunar religiosamente al menos una vez a la semana, ella es una de esas personas a las que no les gusta el aguacate, yo pensaba que esas personas no existían hasta que conocí a una. Cuando en algunas ocasiones aparece por error aguacate en su plato me lo termina pasando a mí y los dos acabamos siendo felices, ella se libra de algo que no valora y yo gano una deliciosa rebanada extra. Ella nunca pagaría por una rebanada de aguacate y yo podría incluso dar mi alma. Imaginen que de repente, por alguna extraña razón, todos terminamos como Lizvet, perdiendo el gusto por el aguacate y dejamos de consumirlo, la industria del aguacate ya no tendría ningún valor, no importa cuántos árboles de aguacate se siembren o cuántos tractores se compren, si nadie quiere comer aguacate, el valor de un aguacate sería de $0 pesos y por lo tanto la industria del aguacate perdería su valor. El valor del aguacate no depende del aguacate en sí tanto como depende de que muchas personas aprecien un aguacate.
Ahora que se debate sobre cuánto gasta el gobierno en instituciones como el INE o el INAI me hizo pensar también en el valor de las cosas. Nos dicen que son instituciones que salen caras pero, ¿qué es caro? En una de esas saldría más caro no gastar en ellas. Pensemos un momento en qué pasaría si, por ejemplo, en la próxima elección los votos no contaran, muy probablemente nos saldría mucho más caro en términos de libertad, democracia o crecimiento económico. Dicen, por ahí, que lo barato sale caro. Para valorar algo ayuda pensar en qué pasaría si ya no lo tuviéramos. Hay que apreciar el aguacate.