DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

El tiempo que venga

Para el comunicólogo peruano, Víctor Santillán: “la mayoría de los hábitos aprendidos para enfrentar la vida han perdido toda utilidad y sentido, describe Bauman, para darle entonces a esa categoría de espacio/tiempo una dimensión cultural y filosófica, donde los hombres y las mujeres de hoy difieren de sus padres y sus madres porque viven en un presente en el que quieren olvidar el pasado y ya no parecen creen en el futuro. Pero la memoria del pasado y la confianza en el futuro han sido, hasta ahora, los dos pilares sobre los que se asentaba los puentes morales entre lo transitorio y lo duradero, entre la mortalidad humana y la inmortalidad de los logros humanos y entre la asunción de responsabilidad y la preferencia por vivir el momento.

A fines del siglo XX la modernidad pasó a ser un estado de transición donde lo sólido se transmutaba en algo volátil, evanescente. Pero el punto de partida siempre era lo sólido, material, espiritual, institucional, emocional, racional que siempre terminaba de la misma forma: se desvanecía en el aire. Con ello Berman trataba de metaforizar, como lo hizo originalmente Marx, la naturaleza de la modernidad: creación y destrucción, incluso autodestrucción permanente como una forma de existir en el tiempo y el espacio modernos”.

Estas aproximaciones al pensamiento de lo líquido en la interpretación del espacio y el tiempo vienen como anillo al dedo cuando el 2023 agoniza. Hoy, después de que las manecillas del reloj crucen el dintel de la media noche, habremos de llegar a un año par que se antoja como una posibilidad infinita de millones de posibilidades.

Lo que cambia es sólo un digito en el calendario anual, pero con ese cambio, lo que hay detrás es la potencialidad de nuevos comienzos. Es verdad que los propósitos de año nuevo suelen ser monedas arrojadas al foso de los deseos, y en su gran mayoría, se quedan en ello, en el desvanecimiento de las palabras y lo efímero de los pensamientos, pero también el deseo de tener presente que podría cambiar algo, es un buen inicio.

En Ventana a la Nada, E. M. Ciorán arremete contra Cronos diciendo: «El tiempo es un hijo bastardo de nuestro embrutecido corazón»; «El tiempo desenrolla el hilo del alma entre la repugnancia y la idolatría»; «Los únicos instantes favorables son aquellos que nos expulsan fuera del tiempo»; «Lo absurdo y el tiempo aparecieron simultáneamente en el mundo»; «Aquel que percibe el tiempo ya no puede percibir nada»; «Dado que la vida es un insomnio, el sueño es una divinidad»; «La vida es una historia en la que el tiempo se cuenta a sí mismo» o «El tiempo es un veneno vertido en la eternidad». Sin ánimo bélico y conciente de que el tiempo es lo único que nos sucederá a la especia humana, creo, que ahora hoy, que podemos elegir si cumplimos el ritual de recibir un año más, deberíamos centrarnos en disfrutar y hacer lo que mejor sabemos hacer, ponerle cara al tiempo que venga.