Por Dino Madrid
El pasado domingo 1 de septiembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador ascendió al templete erigido frente a la imponente puerta central del Palacio Nacional. Con la mano en alto, saludó a la multitud congregada en el Zócalo capitalino, una marea de mexicanas y mexicanos, que incluía a la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, miembros de su gabinete, gobernadores, y otros invitados.
Dentro de toda la algarabía y un tufo de solemnidad exasperante, algo llamó poderosamente mi atención, y es que dentro de las decenas de miles de asistentes, quienes hicieron suya la planta de la Plaza de la Constitución, fueron los mexicanos que volvieron a tomar su papel protagónico, no en un informe de gobierno, sino su papel pleno en la vida pública.
Desde el año 2018, el pueblo mexicano ha comenzado a recuperar el protagonismo que nunca debió perder en la vida pública. Este renacer de la participación ciudadana no es un fenómeno aislado, sino el resultado de un proceso gradual de empoderamiento y politización en la toma de conciencia colectiva. La sociedad mexicana, tras años de apatía y desilusión con las instituciones, ha vuelto a ocupar su lugar legítimo como actor central en la política nacional, exigiendo transparencia, justicia y un gobierno que realmente represente sus intereses.
El despertar de la ciudadanía mexicana se puede rastrear hasta los movimientos sociales que surgieron en respuesta a la corrupción, la desigualdad y la violencia. Las protestas contra la imposición de reformas impopulares como el llamado “Pacto por México”, la movilización por la justicia en casos emblemáticos de violencia, y la presión constante sobre los partidos políticos han forjado una sociedad más crítica y menos dispuesta a aceptar las decisiones del poder sin cuestionarlas. Este cambio ha obligado a los actores políticos a reconocer la voz del pueblo como una fuerza que no puede ser ignorada, como bien sentenció Lopez Obrador: «Si no quieren al pueblo, van a tener que aprender a respetarlo, cuando menos».
Un ejemplo claro de este resurgimiento del protagonismo ciudadano es la creciente demanda por la rendición de cuentas y la participación directa en la toma de decisiones. A través de consultas populares, referendos y una mayor participación en los procesos electorales, el pueblo mexicano ha demostrado que no está dispuesto a delegar su poder sin más. La exigencia de mayor transparencia y el rechazo a los actos de corrupción han sido clave en la construcción de una democracia más sólida, donde la voz del pueblo se escucha con mucha mayor fuerza.
Este proceso de recuperación ha sido facilitado por la creciente accesibilidad a la información y la expansión de las redes sociales, que han permitido a la ciudadanía organizarse, denunciar y exigir cambios. Las plataformas digitales han democratizado la información, permitiendo que las voces de los marginados y excluidos sean escuchadas y tomadas en cuenta. De esta manera, el pueblo mexicano ha comenzado a ocupar nuevamente el espacio que le corresponde en la vida pública, convirtiéndose en un vigilante y acompañante activo de las acciones gubernamentales.
En conclusión, la recuperación del protagonismo del pueblo mexicano en la vida pública es una señal de que la democracia en México está en proceso de fortalecerse. Aunque el camino ha sido largo y está lejos de completarse, el creciente empoderamiento ciudadano es un indicio positivo de que el país se dirige hacia un futuro en el que la voz del pueblo no solo será escuchada, sino también respetada y tomada en cuenta en la construcción del destino nacional.