Evoco ahora las palabras de Irene Vallejo, quien en el capítulo “La revolución apacible del alfabeto” de su libro, “El infinito en un junto”, apunta: “Hace seis mil años aparecieron los primeros signos escritos en Mesopotamia, pero los orígenes de esta invención están envueltos en el silencio y en el misterio.
Tiempo después, y de forma independiente, la escritura nació también en Egipto, India y China. El arte de escribir tuvo, según las teorías más recientes, un origen práctico: las listas de propiedades. Estas hipótesis afirman que nuestros antepasados aprendieron el cálculo antes que las letras. La escritura vino a resolver un problema de propietarios ricos y administradores palaciegos, que necesitaban hacer anotaciones porque les resultaba difícil llevar la contabilidad de forma oral.
El momento de transcribir leyendas y relatos llegaría después. Somos seres económicos y simbólicos. Empezamos escribiendo inventarios, y después invenciones. (Primero las cuentas; a continuación los cuentos)”.
Puedes leer: Algo se ha creado
Sin embargo, a pesar del gran desarrollo de siglos en la inventiva humana, a pesar de todos los esfuerzos de la república de las letras y la industria del libro, lo que sigue primando en el mundo son las cuentas y no los cuentos. El gran patrimonio de la información. El poder de los datos.
Se estima que el 90% de los datos del mundo se generaron en los últimos dos años, a ello hay que agregar que todo el tiempo, en todos los sitios, cada foto, video, mensaje o búsqueda en internet se suma, y el ritmo es tan acelerado que hoy producimos más datos en un solo día que toda la humanidad en siglos pasados.
Para que podamos dimensionarlo, para finales de 2025, se espera que el volumen total de datos global llegue a 175 zettabytes, una cifra astronómica, considerando que un zettabyte equivale a mil millones de terabytes. Además, se pronostica que se crearán 163 zettabytes por año.
Debo de confesarles que hasta que me senté a preparar este texto, no tenía ni la menor idea de lo que era un zettabyte, y aún ahora que lo he definido no alcanzo a comprender el sentido filosófico de su existencia.
Hace unos meses se publicó un informe de la empresa Tessian, que reveló que el 84% de las personas publica información personal en sus cuentas de redes sociales cada semana, el mismo estudio develó que el 42% de las personas encuestadas publica todos los días, lo que proporciona a los piratas informáticos los datos que necesitan para lanzar un ataque.
El informe, titulado “Cómo hackear a un humano”, incluye los resultados de una encuesta a 4000 profesionales del Reino Unido y Estados Unidos, así como entrevistas con hackers de la comunidad HackerOne, y, entre otras cosas alarmantes, señaló que la mitad de las personas comparte los nombres y fotos de sus hijos, casi tres cuartas partes, es decir, el 72 % menciona celebraciones de cumpleaños y el 81 % de los trabajadores actualiza su situación laboral en redes sociales.
Y esto me hace reflexionar sobre: ¿Si en realidad es tan necesaria nuestra validación ante la sociedad? ¿A la vera del tiempo, cuál será la aportación del historial digital a la historia personal? ¿Qué quedará si colapsan las plataformas digitales y nuestros dispositivos móviles?
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