El Panquetzaliztli era la fiesta del nacimiento del dios patrono solar del pueblo mexica, Huitzilopochtli, festejos que se desarrollaban durante el solsticio de invierno, que al mismo tiempo coincidía con la celebración cristiana del nacimiento de Jesucristo.
Sergio Sánchez Vásquez, profesor investigador del Área Académica de Historia y Antropología de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, compartió que durante los festejos a la deidad, los grandes señores, los guerreros y los pochtecas (comerciantes mesoamericanos) debían aportar cautivos, quienes escenificaban la lucha de Huitzilopochtli contra los 400 huitznáhua y la Coyolxauhqui.
El investigador indicó que tras la batalla simulada se procedía a realizar los sacrificios de los guerreros en la cima de la pirámide dedicada al dios patrono de Tenochtitlan en el Templo Mayor, donde les abrían el pecho para extirpar el corazón y ofrendar al Sol. “Arrojaban sus cuerpos hacia abajo como lo hizo Huitzilopochtli con su hermana y los cuatrocientos sureños”.
Otro de los rituales que se llevaban a cabo consistía en escoger a un Painal (el presuroso o el que anda deprisa), quien representaba al Dios durante su juventud. Su objetivo era recorrer casi en su totalidad la Cuenca de México, para llevar consigo la buenaventura y las bondades de la deidad a todos los pueblos.
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A su vez, se realizaba una imagen del también llamado “dios colibrí” de tamaño real con tzoalli, una pasta de huauhtli, que consistía de semilla de amaranto y miel de maguey. Sergio Sánchez Vázquez relató que, tras colocar la figura en el Templo Mayor, un sacerdote caracterizado como el Dios Quetzalcóatl disparaba una flecha al corazón de la figura con el objetivo de matarlo ritualmente; posteriormente, el pueblo mexica tomaba un pedazo de la figura para comerse al Dios.
Este acto tenía una connotación parecida a lo que se realiza actualmente en el catolicismo, donde se come el cuerpo y sangre de Cristo. “En ese tiempo era otro tipo de ritual, pero hacían lo mismo al comerse las figuras de tzoalli”.
Puntualizó que al llegar los españoles prohibieron estos rituales al considerarse diabólicos, incluso el consumo del amaranto durante la época colonial fue considerado ilícito debido a que la semilla era asociada con los rituales de los pueblos indígenas.
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Sin embargo, los misioneros al observar que los pueblos mesoamericanos no dejarían el culto a sus dioses, decidieron buscar la fecha del santo más cercano que coincidía con la de los indígenas y dedicarles los pueblos. A su vez, los indígenas trasladaron las virtudes de sus deidades a los santos, vírgenes, así como a los cristos que trajeron los españoles.
Sánchez Vázquez mencionó que esta práctica es nombrada por algunos investigadores “sincretismo”, mientras que otros prefieren el término “refuncionalización simbólica”.
En el caso del Panquetzaliztli, los frailes e indígenas convirtieron a Coatlicue, la madre tierra y de los dioses, en la virgen María; mientras que Huitzilopochtli al ser una deidad solar y compartir puntos en común con los pasajes bíblicos de Jesús de Nazaret, terminó por convertirse en él.
Otros ejemplos parecidos se dieron en Europa con la Navidad, que fue trasladada por los cristianos para coincidir con las celebraciones paganas solares de Saturnalias y del Natalis Solis Invicti de los romanos, o los festejos de Yule de los pueblos escandinavos y germánicos. Lo mismo ocurrió con los festejos a Ostara, que ocurrían durante el equinoccio de primavera, mismo que pasó a conocerse como la Pascua.
“Es la herencia prehispánica que tenemos y no termina de desaparecer, sino que sigue vigente en la conciencia, porque tenemos una herencia cultural que es muy difícil de percibir, pero que sigue presente en nuestra cultura”.
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