A escasos dos meses de que se cumplan casi dos años desde que la Organización Mundial de la Salud declarara al COVID-19 como una pandemia que amenaza la estabilidad mundial; el miedo, la incertidumbre y la desconfianza han comenzado a predominar, sobre todo frente a un panorama económico cada vez más complicado.
Y es que el golpe intempestivo del Coronavirus, las medidas de aislamiento y el cierre de empresas han generado otra crisis difícil de frenar: la económica; si bien la cuarentena fue una de las acciones más eficaces para contrarrestar la propagación del virus, su implementación, probablemente, no consideró las consecuencias económicas a largo plazo, y esto debido en gran parte a que en el comienzo de la crisis sanitaria poco se vislumbró el largo periodo que esta situación implicaría.
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El año pasado la preocupación alcanzó niveles importantes, sin embargo, este 2022 de acuerdo a datos del Informe de Perspectivas Mundiales presentado hace un par de días por el Banco Mundial, luego del repunte de 2021, cuando la producción se incrementó un 5,5%, en este año el avance será del 4,1% y en 2023 el crecimiento será aún menor, 3,2%, debido a que la demanda disminuirá a la par de los apoyos fiscales y monetarios en todo el mundo.
El panorama será todavía peor para las economías emergentes y en desarrollo, cuya recuperación podría estar en riesgo dada la desaceleración de las potencias globales, como Estados Unidos y China, que reducirán su demanda de las materias primas que se producen en esas naciones exportadoras no industrializadas.
Por otro lado, se debe analizar a profundidad la situación que ha generado el aumento de la desigualdad de ingresos en el mundo; lo que a su vez ha revertido gran parte de las dos décadas de avances en cuanto a la reducción de la desigualdad y le equidad salarial.
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Misma perspectiva comparte la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos la cual en su informe del pasado diciembre mencionó que se preveía que la recuperación mundial seguiría adelante, pero su impulso se atenuaría y se manifestarían cada vez más desequilibrios. Lo anterior derivado de varias situaciones entre ellas, el fracaso y alto costo a la hora de garantizar una vacunación rápida y eficaz en todos los países, y la subsistencia de un elevado grado de incertidumbre ante la incesante aparición de nuevas variantes del virus.
A la par de estos escenarios también hay que mencionar la situación de preocupación que ha suscitado el turismo, de acuerdo a datos presentados por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y el Desarrollo en su informe COVID-19 y Turismo este rubro es uno de los sectores más afectados por la pandemia; de hecho, el número de llegadas de turistas internacionales disminuyó un 84% entre marzo y diciembre de 2020 en comparación con el año anterior.
El COVID-19 ha evidenciado la fragilidad de muchos sistemas e incluso la carencia de empatía con el prójimo, pero ahora lo que más importa es traducir cada situación en un punto a favor y hacer de la resiliencia una capacidad única que nos permita superar las circunstancias adversas de la vida.
*Analista en temas de Seguridad, Justicia, Política y Educación.
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