Enrique Rivas columna Vozquetinta

El índice sobre los labios

Su nombre mismo lo define: el dedo índice sirve para indicar (indiciar, se decía antaño). También, para ordenarle a otra persona que dirija su vista o, según el caso, su opinión hacia cierto rumbo o enfoque prestablecido. No únicamente señala, pues, sino amenaza. Depende de cómo se esgrima el mentado índice o de dónde se le coloque. Y resulta obvio que, puesto verticalmente sobre los labios, compele al interlocutor a que guarde absoluto silencio. Ni modo de suponerle otro mensaje que el imperativo de «¡Cierra la boca, enmudece, haz mutis, abstente de hablar, guárdate de expresar en voz alta lo que piensas; o para que me entiendas: calladito te ves más bonito!».

Quizá la medida sea bienintencionada. Quizá la estrategia busque serenar los ánimos. Quizá su objetivo central consista en pedir mesura, retomar el diálogo, encauzar la charla por canales más civilizados o menos vociferantes. Pero el lenguaje universal de señas, tan eficaz en otros contextos, es un arma de doble filo en asuntos de gobernanza. Cuando el horno político no está para bollos, el tiro puede salir por la culata o provocar un efecto bumerang. “Mejor no meneallo, Sancho”, aconsejaría el Quijote. O como bien sentencia uno de nuestros refranes clásicos: “No hagas cosas buenas que parezcan malas”.

La irritación pública suele ser el caldo de cultivo idóneo para entrampar todo intento de comunicación entre gobernantes y gobernados. El mal manejo político de ella corre el riesgo de volverla un polvorín. Y la chispa puede ser, como a punto estuvo de ocurrir hace unos días, un dizque inocente dedo encima de los labios. Además de parecer autoritaria, dicha actitud silenciadora contradecía los pretendidos baños de pueblo que buscaba la caótica gira presidencial a la Sierra y la Huasteca. Más bien sirvió para distanciar, para pintar una raya ante la muerte o la desaparición de seres queridos, la pérdida total de muchos patrimonios hogareños, la falta de comida, agua potable, medicinas y artículos de higiene, la escasez o carestía súbita de productos básicos, la ausencia de energía eléctrica y telefonía celular, la proliferación de escombros, el lodazal, los deslaves, los derrumbes, los puentes colapsados, la desconexión terrestre de cientos de comunidades con el exterior.

Acepto que equivale a pedirle peras al olmo, pero ¿no habría sido más congruente que la titular del poder Ejecutivo destinara su señal a la casta política que se siente dueña de los cargos políticos en las regiones azotadas por Priscila? ¡De cuánta promoción oportunista, de cuánto provecho personal de la tragedia, de cuánta caravana con sombrero ajeno nos hubiera librado si, en vez de pedir a los pobladores que cerraran el pico, hubiera exigido a ediles, diputados y senadores que acallaran sus autoelogios en las redes sociales!

Forma y fondo. Ambas palabras tienen igual número de caracteres y empiezan con idéntico par de letras. Cabe decir, inclusive, que virtualmente significan o definen lo mismo, porque al menos en ciencia política la forma también es fondo. Con mayor razón cuando el agua llega hasta el cuello de las víctimas y la principal, para no decir la única, empatía hacia ellas se reduce a llevarse el dedo índice a los labios. Como dicen por ahí: “El silencio es oro”.


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