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EDUCACIÓN DE GÉNERO 

Hace algunas semanas, y con motivo de ciertos sucesos en materia de violencia de género ocurridos en el estado de Nuevo León que generaron impacto mediático nacional, desde este espacio reflexionábamos en torno a un pendiente ineludible: la consolidación de un modelo educativo integral con perspectiva de género, en el marco del diseño e implementación de políticas públicas encaminadas a la regeneración del tejido social y particularmente la prevención del fenómeno de la violencia en contra de las mujeres. 

Con ese antecedente concreto, y habida cuenta de la incesante reiteración y acumulación jornada tras jornada de lamentables precedentes de violencia de género en todas las regiones de nuestro país, se vislumbra una nueva oportunidad para alzar la voz y seguir recapitulando y reflexionando en torno a esta problemática, la cual sin lugar a dudas ha jugado un papel fundamental en la generación del escenario de descomposición social que desafortunadamente se hace presente en gran parte del territorio nacional. 

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En primer término, vale la pena enmarcar al fenómeno de la discriminación como el caldo de cultivo que ha derivado en el panorama generalizado de violencia de género en todos los niveles de nuestra sociedad. Lo anterior, entendiendo que la discriminación de la mujer se presenta en un ámbito interseccional -comenzando precisamente desde la educación-, dando lugar a la evolución desenfrenada de la desigualdad en todas y cada una de las etapas de la vida de las mujeres.  

También juega un papel relevante en la gestación de la violencia de género la existencia de estereotipos y la asignación de roles de género, los cuales encapsulan e inhiben a las mujeres para alcanzar su máximo potencial: se les asignan etiquetas, atributos o características simplemente por pertenecer al género femenino. Y es que la estereotipación es precisamente una de las razones que provocan que ciertos grupos o minorías sufran violaciones a sus derechos humanos o libertades fundamentales. Tal es el caso de la gran mayoría de las mujeres en nuestro país. 

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Esta realidad de violencia encuentra reflejo específico en la medición de diversos parámetros, los cuales nos indican que desde 2016 y hasta a la fecha, la violencia en contra de las mujeres ha presentado un aumento constante. De acuerdo con un reporte de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana del Gobierno Federal, de 2016 a 2020 los feminicidios a nivel nacional aumentaron de 606 a 948; respecto a presuntos delitos de violencia familiar, entre 2016 y 2020 se incrementaron de 153 mil 893 a 220 mil 30, lo cual implicó un aumento del 42% en un periodo de cuatro años, siendo las mujeres las principales afectadas. 

En tales circunstancias, y en estricta reafirmación de lo desplegado en este espacio, podemos decir que sólo mediante un nuevo paradigma de modelo educativo anclado desde la perspectiva de género podremos avanzar hacia la rearticulación de un tejido social que garantice que las mujeres y las niñas encuentren espacios de bienestar y seguridad, siempre a partir de una visión transversal de formación en la equidad, la no discriminación y la erradicación de los estereotipos imperantes, en beneficio de una sociedad más incluyente. 

POR EMILIO SUÁREZ LICONA 

CONSULTOR Y PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD PANAMERICANA 

@EMILIOSL