Por: Dino Madrid
El primer año de Claudia Sheinbaum Pardo al frente del gobierno no fue un simple aniversario: fue una demostración de fuerza política, de continuidad ideológica y de madurez institucional del movimiento que gobierna México. Desde el Zócalo —ese corazón que late cuando el pueblo se reconoce en su historia— la presidenta no se limitó a rendir cuentas: trazó una ruta, reafirmó un mandato y recordó que la patria no se defiende con discursos inflamados, sino con resultados concretos.
Cuando Sheinbaum dice “mi compromiso es defender a la patria”, no está apelando a un nacionalismo romántico ni a un gesto protocolario. Está hablando de soberanía energética, de independencia tecnológica, de dignidad económica. Defender la patria hoy significa recuperar el control de lo que antes era privilegio de unos pocos: el agua, la energía, el salario y el futuro.
Durante décadas, el discurso patriótico fue monopolio de quienes entregaban el país por partes. Hoy, el nacionalismo se entiende distinto: no como aislamiento, sino como autodeterminación. No es cerrar fronteras, sino abrir los ojos.
Sheinbaum recibió un país con bases firmes, pero no un camino pavimentado. Su mérito ha sido darle método y orden a una transformación que nació desde la entraña popular. Donde López Obrador abrió surcos, ella está sembrando instituciones. Donde hubo épica, hoy hay estrategia.
Los resultados acompañan: 32% menos homicidios dolosos, inversión extranjera récord, reducción de la pobreza y un peso que resiste la tormenta global. En un país acostumbrado al “ya merito”, se agradece un gobierno que combina ideología con eficacia.
El estilo Sheinbaum es menos de aplauso y más de permanencia. No busca incendiar plazas, sino encender conciencias. Gobernar con serenidad no es falta de pasión, es la forma más alta del compromiso.
La presidenta lo dijo con claridad: México no acepta injerencias. En tiempos donde el capital global dicta recetas y las élites locales actúan como embajadas privadas, esa frase es un acto de independencia política. Reivindicar la soberanía no es nostalgia del pasado, sino defensa del presente.
Sheinbaum entiende que la verdadera autonomía no está en el discurso, sino en la capacidad de decidir desde México para México. Por eso el plan de rescate de Pemex, el impulso al auto eléctrico nacional y la recuperación del tren como infraestructura pública no son símbolos: son cimientos.
Algunos quisieran verla tropezar para poder decir “ya ven, no era diferente”. Pero el cambio no siempre llega en tono de rebelión; a veces llega con la calma de quien sabe que la historia no se grita, se construye.
Sheinbaum no pretende ser réplica ni ruptura de López Obrador. Es su consecuencia natural: la ciencia puesta al servicio del pueblo, la técnica abrazando a la justicia social. Su sello es el rigor con sentido.
La Cuarta Transformación no enseña desde el púlpito, sino desde el ejemplo. Y este primer año fue una clase abierta: el Estado puede ser eficiente sin ser elitista; la política puede ser honesta sin ser ingenua; el progreso puede tener rostro humano.
Defender la patria, entonces, no es una consigna para la arenga: es la tarea diaria de un pueblo que decidió dejar de sobrevivir y empezar a gobernarse a sí mismo.
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