DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

Decir demasiado

El Surtidor

La forma en que golpea fuerte el paso del segundero en el reloj es imperceptible hasta que te das cuenta que el día termina, que otro mes avanza y que un año más se extinguió en el calendario. Es como si quedaras a un lado de todo aquello que ocurre y esto se te va acumulando en el cuerpo y, quizá, en la memoria. Esta acción compleja de la repetición tiene la pureza de lo efímero.

Desde hace muchos años, pensar en el paso del tiempo me hace recordar una canción que escuché por primera vez cuando era niño, quizá a los cinco o seis años, la melodía es: “Un día a la vez” de Los Tigres del Norte, en aquel tiempo, como ahora, no alcanzaba a comprender la fuerza de esa máxima, la canción para aquellos que no la conocen, dice en sus primeros versos: “Necesitado/ Me encuentro, Señor/ Ayúdame a ver,/ yo quiero saber/ Lo que debo hacer/ Muestra el camino/ Que debo seguir/ Señor, por mi bien,/ yo quiero vivir/ Un día a la vez/  Un día a la vez,/ Dios mío/ Es lo que pido de ti/ Dame la fuerza para vivir/ Un día a la vez/ Ayer ya pasó, Dios mío/ Mañana,/ quizá no vendrá/ Ayúdame hoy/ Yo quiero vivir un día a la vez”, cavilando en la letra, he pensado que en estos versos atestiguamos la repetida súplica de fuerza para vivir y avanzar en la existencia paso a paso, día a día, hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo; creo que en la canción está implícita una sutil referencia a la lucha universal para mantener la esperanza y la perseverancia en un mundo plagado de dolor, sufrimiento e incertidumbre.

En el yo lírico manifestado se encuentra el reconocimiento de las dificultades del pasado, así como lo imprevisible y azaroso que se presenta el futuro en el horizonte; sin embargo, al concentrarse en el ahora, es decir, en el momento presente y el futuro inmediato por sucederse, la angustia explícita se transforma en una alabanza que llama a la resiliencia, a continuar caminando bajo el designio divino, tratando de encontrar en la guía de un ser supremo la luz al final del destino.

La certeza de la muerte por ocurrir, así como la mención a la maldad innata de los seres humanos que se proclama en la canción en comento, es el cimiento del reconocimiento de nuestra especie de la necesidad de un complemento espiritual que lo salve del caos que significa la barbarie de la humanidad.

Este circunloquio ha traído a mi mente el poema: “El gran simpático” de Ricardo Castillo, que en su primer verso dice: “La realidad es una broma que ya me está poniendo nervioso”… y más específicamente, en los versos del mismo texto: “La realidad es un teléfono timbrando,/ un telegrama de certezas muy cortas”, lo que a su vez, me ha llevado, de manera casi inevitable a Ludwig Wittgenstein, quien decía que “si intentaras dudar de todo no llegarías a dudar de nada. El juego de dudar en sí mismo presupone certeza”, pues creo que mientras estemos vivos, la posibilidad de experimentar cada momento es la prueba de que la duda de lo que habrá de venir en el tiempo próximo se requiere mutuamente del conocimiento de lo que hemos pasado para llegar a ese tiempo, es decir, que todo lo que podemos ser se pertenece en cuanto hemos sido conforme avanzó el segundero. Y eso, para estas fechas, es ya decir demasiado.


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