Vida y muerte son caras de la misma moneda, no existe una sin la otra; todo lo que forma eso que llamamos “Universo” tiene fecha de caducidad; una está ligada a la otra, lo que es, es. Apenas estamos saliendo del vientre de nuestra madre, aún no se escucha nuestro primer grito, incapaces de aspirar la primera bocanada de aire y ya dio inicio nuestra cuenta regresiva. A partir de ese momento las pérdidas se seguirán una a la otra, biofísicas, socio-afectivas, materiales y así, mientras recorremos nuestro camino, vamos dejando pequeñas y grandes huellas de nuestras constantes pérdidas y poco a poco vamos tomando conciencia de nuestra finitud, en ocasiones, lo dantesco, el horror ante la muerte nos permite descubrir un nuevo amor por la vida. En el camino de la vida, tomamos conciencia de que todo lo que nos fue dado nos será quitado: la salud, la juventud, los padres, hermanos, amigos, amores, éxitos, logros, trabajos…todo lo que hace nuestra vida. Aceptar la existencia transitoria nos puede invitar a ponernos al servicio de la vida y generar acciones a favor de la misma.
Quizá la muerte de aquellos a quienes amamos sea la pérdida más grande que afrontamos en nuestro camino, esta experiencia puede comprometer nuestra salud mental, llevarnos a un duelo donde estallan emociones, sensaciones, pensamientos dolorosos y desagradables; el llanto, el enojo, la impotencia, el sufrimiento, el desamparo nos brotan por los poros y experimentamos como se tambalea nuestra existencia, nos sentimos como un boxeador noqueado que instintivamente se aferra a una cuerda imaginaria con la pretensión de evitar la caída. Estamos de duelo.
Sin embargo, el ser humano tiene el don de vivir y superar el duelo y aunque cada persona vive sus pérdidas de una manera muy particular, la experiencia nos dice que la muerte no solo trae dolor y sufrimiento, sino que también nos brinda la oportunidad de aprendizaje y desarrollo emocional y mental.
Aquí y ahora, ante los miles de vidas arrebatadas por la pandemia, ante lo inesperado de la tragedia, se necesita un gran compromiso del Estado y de la sociedad para brindar apoyo emocional a quienes están viviendo un duelo particularmente difícil, la tanatología, es una herramienta que puede contribuir a que se fortalezca en las personas el sentido de vida y el concepto de la propia muerte, pues sirve para que asimilemos y comprendamos profundamente la trascendencia de una pérdida. Cuando una persona que ha vivido una pérdida la vive conscientemente, aprende a vivir la vida en todas sus dimensiones.
En nuestro país y en el mundo estamos experimentando una gran pérdida, millones de vidas se han apagado de forma prematura e inesperada, cada uno de quienes han muerto contaba con su propia historia, sus vínculos afectivos, su ausencia los hace más presentes que nunca. Les sobreviven sus parejas, sus padres, sus hijos menores de edad, sus hermanos, sus amigos. En mayor o menor medida todos estamos de duelo, vivirlo no implica el olvido sino reconstruir nuestra vida sin aquellos que ya no están más físicamente, pero que se quedan en nuestro tiempo vivido, el que le es propio a cada ser humano, el que cada quien ha construido en su conciencia donde pasado, presente y futuro se enhebran y nos sostienen.
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