Escribir es viajar… y lo es en más de un sentido, no necesariamente el geográfico; escribir es viajar y para ello ni siquiera se requiere desplazarse… mucho menos ahora con la tecnología en franca progresión y la posibilidad de husmearlo casi todo a través de un ordenador. Pero al final, nada habrá de superar a la experiencia directa.
Pienso en ello mientras recorro Barcelona de punta a punta mediante la lectura de Taxi, una portentosa novela escrita por el español Carlos Zanón, considerado un Capo cañonieri de la literatura negra, y que aquí monta a su protagonista sobre un Toyota híbrido para ejercer una profesión casi a fuerza, dado que alguna vez soñó con ser escritor.
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Y a la vez dejo correr una vasta playlist de Bambino (1940-1999), cuyo verdadero nombre era Miguel Vargas Jiménez, un cantaor al que se le reconoce el haber sido un renovador de la rumba y la canción aflamencada mediante un tufo pop.
¿Qué tiene que ver Bambino con Barcelona y en especial con Taxi -la novela-? Pues porque resulta que Sandino -el protagonista- emprende una noche de bares con una turba delirante (incluyendo un tipo que se siente Jesucristo) y en un punto se proponen ir a tomar unas cañas al Bar Leo, un sitio ubicado en la calle St Carles, en el corazón de la Barceloneta (a unos pasos del mar).
El Bar Leo dedica sus paredes y canciones a homenajear a Bambino y se ha convertido casi en un templo de peregrinación culé a tal grado que se dice que: “No puedes decir que eres 100% barcelonés si no lo has visitado”.
En la historia, El Leo está ya cerrado a esa hora y todo quedaría es una pequeña acotación, pero escribir es viajar, así que puedo contar una feliz coincidencia que me emociona en grado superlativo. Quiero apuntar que en mi novela Ya no más canciones de amor también aparece el Bar Leo y en su interior se desarrolla una juerga de alto octanaje en la que está inmerso el protagonista, que no tiene nombre, pero que está inspirado en el músico Bravo Fisher.
Ya no más canciones de amor se publicó en 2019; y Taxi dos años antes, pero hasta el día de hoy no había podido leerlo, por más que mi admiración por Carlos Zanón me apretaba. Y es que por si fuera poco, Sandino, es un tipo obsesionado con The Clash, llamada por su fans “la única banda que importa”; por ese detalle y muchos otros es que el también autor de Tarde, mal y nunca, y Yo fui Johnny Thunders es una figura también vinculada a lo que yo llamo Literatura rock.
Que en estas dos novelas aparezca el Bar Leo me hace pensar que en la mía también logré plasmar un poco de la verdadera Barcelona, esa que muy poco tiene que ver con la que seduce a los guiris, como llaman por allá a los turistas más simplones. A fin de cuentas, Zanón es alguien que nació en la Ciudad Condal en 1966 y el que esto escribe es oriundo de Tuzolandia… escribir es viajar.
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No es posible desconfiar de una novela que alude a “Allí donde solíamos gritar” de Love of Lesbian, en la que suena Drive by Truckers y que tiene un capítulo que usa por epígrafe un fragmento de “Common People” de Pulp: “Nunca vivirás como la gente corriente/ Nunca harás lo que hace la gente corriente/ Nunca fracasará como la gente corriente/ Nunca verás tu vida echarse a perder. Y bailar y beber y follar/ porque no hay otra cosa que hacer”.
Escribir es viajar… y vivir.
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