De PISA y corre

La más reciente prueba PISA (siglas del Programme for International Student Assessment [Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes]), aplicada a jóvenes de 15 años de edad en los más de 80 países que integran la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), ubica al alumnado mexicano en uno de los sitios más bajos del mundo dentro de la escala educativa. Con la pena, pero somos bastante deficientes hasta en lo elemental de las matemáticas, la ciencia y la lectura comprensiva. Van unas reflexiones acerca del último de estos tres desperfectos.

Lo muy poco que eventualmente llegamos a leer los mexicanos solemos hacerlo mal. Dicción pastosa, monótona o sonsoneteada, sin las pausas e intenciones rítmicas que ofrece el texto. Tiro por viaje, se nos lengua la traba en cada párrafo, a veces en cada oración, sobre todo si es larga, porque los puntos y comas valen un serenado cacahuate. Nos pasamos por el arco del triunfo los signos de interrogación y admiración, los paréntesis, los guiones de diálogo, las palabras en letra cursiva. Acentuamos a contentillo, de modo que donde el autor puso correctamente icono (voz grave) nosotros leemos ícono (voz esdrújula). Y de la suma de estos u otros vicios no hay más que un paso al bostezo o la aburrición. Ante este panorama, qué tortura es la lectura.

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Más grave aún, desde luego, es quedarnos en Babia después de posar la mirada frente a un escrito —por bien redactado que esté, inclusive ameno— y en ningún momento haber querido enchufar nuestros ojos a las neuronas de la comprensión. No percatarnos de la idea central. Pasarnos de noche el mensaje. Olvidar a los cinco minutos las circunstancias, no se diga el nombre del personaje o del lugar de los hechos. Ser incapaces de referir en voz alta o escribir después ni el más sencillo resumen de lo dizque leído. Vaya: no entender ni jota, ni la o por lo redondo. Y no por oscuro o elevado el texto, sino porque el acto de razonar nos da hueva. Mejor que otros piensen por nosotros.

Fue en esta materia del proceso pedagógico, básica para la formación integral de la infancia y la adolescencia, donde la prueba PISA también nos puso un vergonzoso tache, con casi igual o peor calificación que en las pruebas de años anteriores. Encima de no saber a veces ni sumar, restar, multiplicar o dividir, de no entrarnos en la choya ni los rudimentos científicos, resultamos unos pésimos entendedores de las ideas contenidas en cualquier forma de escritura (excepto, claro, la celulárica).

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¿Son neoliberales estos parámetros de medición? ¿Reflejan la postura aspiracionista, ahora tan excomulgada? ¿De veras degradan nuestra educación pública, como si en ella no existieran también la calidad y aun la excelencia?… Hacerles olímpicamente el fuchi desde la cúspide del poder tras haberles aplicado tales calificativos, en nada contribuye a la solución del problema real. Sí, real, porque más allá de cómo lo percibimos, el descalabro ahí sigue, como la fresca mañana. Inocultable, ominoso, preocupante. Para enrojecernos, no para meter la cabeza en la arena.