Si las formas varían algo anuncian. Cuando menos advierten alteraciones en lo establecido, llámese tradición, protocolo, costumbre, diplomacia o ley. Señal elemental de nuevos equilibrios del poder, sea social, político, religioso, generacional, administrativo, escolar o familiar. Reacción natural es el choque generado por la modificación del estado de cosas y la consecuente variedad de sus respuestas, atropelladas o pensadas.
Es el caso del actual tiempo mexicano: agitado, disruptivo, apresurado, lleno de dudas y retos, lo mismo, nacional y localmente; pero, algo muy importante, con una interconexión entre esos contextos, cada vez más determinada por los mercados y acontecimientos de influencia global.
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De esa suerte, decisiones democráticas, autoritarias, o estas fundadas en aquellas, adquieren determinancia sobre personas, territorios, gobiernos y formas de vida, independientemente del espacio de donde provengan; esto es, las fronteras quedaron en las cartas geográficas.
Por ello, una ausencia obligada en el escenario histórico de la República es tan significativa como una presencia amenazante frente a sus costas; una selección dejada a la suerte, sin rigor ni transparencia provoca dudas, las mismas surgidas del apresuramiento en la sustitución de un servidor público autónomo, como de la permanencia dañina de uno electo directamente, en el espacio local.
Pero lo más riesgoso se observa en el desmoronamiento del por sí erosionado basamento de nuestra cultura de la legalidad, a golpe de resoluciones judiciales con interpretaciones cuestionables, subterfugios jurídicos para darle vuelta a la ley, discursos ignorantes, actitudes prepotentes, desdén por el Estado de derecho y, resignación, desde los medios, a la precariedad de las instituciones al extremo de normalizar el desacato a sus decisiones.
Quizá después de esta etapa de transición hacia lo desconocido, explicada por Ana Laura Magaloni (Reforma, 8/II/25), el resultado más inquietante sea producido por haber desdeñado el valor de la norma jurídica. No se requiere mayor explicación. Abundan capítulos de las historias universal y patria, donde se reseñan esa denigración del derecho con finales no siempre afortunados, incluso para quienes calcularon o supusieron mal, para terminar siendo, después de autores, las víctimas de su propia fuerza.
Deseable es una siguiente etapa de empeños por construir eso nuevo, ahora tan nebuloso; alcanzarlo estará en quienes animan a confianza por trayectorias profesionales y hojas de vida; llamadas y llamados a inaugurar lo siguiente en relaciones con el extranjero, impartición de justicia y sistema federal constitucional.
A riesgo de ingenuidad ante lo evidente, mantengamos la apuesta a un presidencialismo moderno, fortalecido en el ejercicio del poder ejecutivo, razonable por la fuerza de los votos, razonado frente a los impactos de la realidad. Es obligado un nuevo presidencialismo mexicano, por la elección de la primera presidentA mexicana.
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También por un federalismo imaginativo, propositivo, moderno, no limitado acatar sin hacer valer las diferencias regionales, sí aportándolas a las decisiones nacionales. El casi mocolor partidista en las entidades federativas es motor para echarlo andar, y freno del riesgo hegemónico.
Igual vale para la célula de nuestro modelo republicano: los ayuntamientos deben hacerse cargo, sin cómodo paternalismo, de las comunidades municipales bajo su gobierno, sus carencias y reclamos; la seguridad de la población, de inicio.
No por efímero, lo anecdótico deja de ser importante, puede ser preámbulo de lo superviniente. Y lo siguiente podría ser una contradicción histórica.
MHO
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