Este año dos de las cantinas más antiguas y emblemáticas de la ciudad fueron remodeladas o restauradas, pero esta manita de gato no ha estado libre de polémica, por un lado están los que hubieran preferido que se quedaran como estaban y por otro lado están los que ven con buenos ojos el cambio.
El Salón Regio fue el primero en moverse, esta cantina que anda rondando los 100 años decidió que era momento de renovarse y puso en marcha su remodelación. La cantina conservó sus características más importantes sólo que ahora es más agradable a la vista, el lugar está mejor iluminado y su servicio se ha profesionalizado. La segunda cantina emblemática que fue remodelada este año fue el Salón Pachuca, está cantina incluso es más antigua, según su placa está en servicio desde 1903, conservó su esencia nada más que ahora está más bonita. Pero con sus remodelaciones sucedió un fenómeno interesante: esas cantinas ya no son las mismas.
Hace unos días Carolei se quejaba de que había intentado ir a comer al Salón Pachuca y no había lugar, estaba lleno. Ella es fan de las cantinas y es clienta del lugar desde hace muchos años, ahí ha pasado varias tardes comiendo y platicando, pero ahora no había podido entrar, el lugar estaba lleno pero no de clientes que eran habituales sino por quienes no lo eran, su queja decía textualmente “No a la gentrificación de las cantinas”.
La gentrificación es ese fenómeno que se da cuando debido al mejoramiento de una zona urbana ésta atrae a personas de ingresos más altos desplazando a los descendientes de los residentes originales con ingresos más bajos. La alta demanda de vivienda y servicios en la zona eleva el precio de la vivienda y los servicios hasta que las personas que originalmente vivían en la zona tienen que irse de ahí por no poder pagar el aumento en el costo de vivir en ese lugar. Este fenómeno es interesante ya que a raíz de algo bueno, sucede algo malo.
Liz no es alguien que fácilmente acepte una invitación a una cantina, digamos que no es lo suyo, ella es más de restaurante, pero desde hace unos días me dice que quiere ir a una de esas cantinas. Las remodelaciones han logrado lo que antes era impensable: que Liz busque entrar a una. Entonces eso me puso a pensar en que el mejoramiento de la infraestructura y el servicio en esas nuevas cantinas las han hecho atractivas para otras personas. Su mercado se ha ampliado.
En sentido estricto no hay una gentrificación de las cantinas pero el fenómeno es similar. Al ser remodeladas y verse más atractivas éstas terminan por atraer otro tipo de clientes, estos nuevos clientes desplazan a los clientes habituales. Esto tiene sus pros y sus contras, obviamente el empresario está feliz por tener más clientes pero por otro lado estos nuevos clientes le van a dar un ambiente distinto al lugar convirtiéndolo en algo que nada tiene que ver con lo de antes, esto puede hacer que algunos clientes que anteriormente eran habituales no regresen y decidan perder su espacio.
No sé si está bien o está mal empezar a embellecer cantinas pero lo que sí sé es que hicieron bien en arriesgarse. El tiempo es imparable y creo que si lo que se buscaba era que esas cantinas siguieran dando servicio por muchos años más, una remodelación era necesaria. Renovarse o morir, dicen. A mí me parece genial que esas cantinas sigan existiendo y sigan siendo parte de la historia de la ciudad y me parece también genial que otras personas busquen acercarse a ellas, que entren tal vez por primera vez y años después puedan decir que se tomaron una cerveza en un lugar con más de un siglo de historia. Heráclito decía que lo único constante es el cambio. No hay que tenerle miedo al cambio, hay que adaptarnos.
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