La alfarería es un oficio que continúa en Tulancingo gracias a las manos de Daniel Mendoza García, que se resisten a dejar de amasar el barro y mantener intacta la tradición milenaria.
El hombre de 77 años moldea todos los días un sueño: el rescate del oficio entre las nuevas generaciones. “No quiero dejar morir esto, porque esto es vida”, dijo el alfarero y para ello pide el apoyo del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
“Que me ayude a construir un obrador con su horno para enseñarle a la gente. Quiero hablar con él porque ha dicho que va a ayudar al mexicano, que les están ayudando a que aprendan un oficio”, expresó Daniel Mendoza García, en entrevista con La Jornada Hidalgo.
El taller de Don Daniel es de los últimos dedicados a la alfarería en Tulancingo donde aún quema en los hornos de leña. Su necesidad es un horno de gas que sea más seguro para desempeñar el oficio y dar valor agregado a las piezas.
“Señor presidente écheme la mano, para que le echemos la mano a la gente que quiera aprender, porque en mi región de Tulancingo ya se acabó, pero es un oficio muy bonito”, sostuvo el artesano, quien considera buscar a la autoridad es un paso importante para no olvidar el oficio.
Dejó el trabajo de oficina para defender el barro
Don Daniel moldea el barro desde los 4 años, ahí comenzó “el gusanito” por este oficio, contó, pero tiempo después se desempeñó como auxiliar de contaduría en Texcoco.
Frente al horno de leña que data de 1952, que aún conserva en el patio de su casa, recordó lo que un día su padre le dijo: hijo, ¡cómo vas a cambiar el trabajo de oficina por esto!
“Me dediqué a defender el barro, porque según mi papá la gente decía que lo que brillaba hacía daño. Pero no solo lo defendí a nivel Tulancingo, también en nacional porque fui a Estados Unidos a exponer mis piezas de barro”.
Alfarería, un oficio en peligro de desaparecer en Tulancingo
“De la calle de Juárez a Luis Ponce había seis obradores de alfarería”, rememoró el alfarero de Tulancingo, el último que sigue la vocación y que aún realiza todo el proceso tradicional, desde el moldeado para transformar el barro en pieza hasta la cocción, esmaltado y pintura.
Hay esperanza de que el oficio sobreviva en Tulancingo porque su hijo -cuarta generación de alfareros- hace tiempo se incorporó al taller, “ya somos pocos los que nos dedicamos a esto, ahorita yo y mi chavo”.
“En la mesa donde ahorita está trabajando mi hijo, yo tenía cinco años cuando iba a jugar ahí. Luego les digo que ni modo, esta mesa se va a quedar y el que se va a ir soy yo”, expresó risueño Don Daniel, viendo sus manos marcadas por el barro.
Su único punto de venta es el taller
El taller ubicado en calle Fernando Soto esquina Guadalupe Victoria en el centro de Tulancingo, es su único punto de venta.
Ahí Don Daniel atesora la huella de más de 80 años de historia, en piezas que creó su padre quien en vida llevaba el nombre de José del Carmen Mendoza Ortiz y de su abuela Juana Ortiz Márquez.
El reconocido alfarero comenta que no ofrece sus creaciones en las redes sociales porque dice “de eso no sé nada, a mí lo que me gustaría es que a todos nos dejaran vender allá donde se hace la feria en Tulancingo”.
“Estoy esperando que pase esta enfermedad -refiriéndose al coronavirus- y voy a ir a la Secretaría de turismo de Chiapas con toda mi documentación para que le den permiso a mi hijo de vender en el Jardín”, contó mientras sostenía una figura emblemática de Tulancingo, hecha de barro, El Santo.
Al turismo le gusta saborear en el barro
En su opinión, el turismo es un detonante importante de la alfarería, “al turista le gusta saborear el café en un jarro y saborear los frijoles a la charra en la olla de barro”, señaló Don Daniel.
Sin embargo, reconoce que el oficio tradicional ha tenido que reinventarse, ante la demanda de utensilios de plástico y aluminio.
“Antes también las abuelitas hacían de comer en trastes de barro, pero ahora la mujer tiene una profesión, es maestra, trabaja en un hospital, y está bien, yo no critico eso, al contrario, lo admiro”.
El barro es vida
Para Daniel Mendoza García el barro es vida, pero no solo porque se ve un objeto que antes no existía. Es también admirar la pieza mientras se seca con los rayos del sol, contemplar la creación cuando toma movimiento con la pintura y los detalles, y eso también es vivir, explicó el alfarero.
Y “vivir del amor es un arte”, agregó.
De esta manera, Don Daniel no se desmotiva, piensa que al igual que él defendió la artesanía hace décadas, hoy alguien se puede interesar por este oficio, y que no desaparezca la tradición en Tulancingo.
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