Un vehículo automotor atascado en el fango que tapiza una carretera no es ciertamente escena de todos los días, aunque tampoco algo insólito. Quienes no permanecemos enclaustrados en la comodina burbuja de las metrópolis lo hemos visto, quizá hasta vivido en carne propia. No poco de mi currículum de patadeperro por la república suma tales ocasiones; preocupantes, unas; jocosas o sólo anecdóticas, otras. Siempre tuve claro que me arriesgaba a contingencias así para satisfacer mi capricho vocacional por el México de terracerías, brechas y rodadas a campo traviesa; el México sin afeites, el inmediato, el de contacto directo con la geografía física y social; el otro, el verdadero Alterméxico.
Pero la ya icónica fotografía —diríase que hasta etiquetada con la almohadilla usual en los hashtags— no exhibe un vehículo cualquiera, ni un pasajero común y corriente, ni unos solidarios campesinos eventuales ofreciéndose a liberarlos. Su contexto es militar o al menos militarizado. A la mexicana, por aquello de nuestro proverbial ingenio para solucionar un problema, en este caso trepando a las defensas de la unidad y brincando sobre ellas, a guisa de palancas humanas. Y en la parte delantera del jeep, un grueso anillo metálico al que se supone puede atarse un cable para que otro vehículo lo saque del atolladero, adminículo del que nadie echó mano.
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Por ubicarse en la zona áurea de la foto, más significativa aún es la expresión del rostro al que, sin poder evitarlo, se dirigen nuestros ojos. El principal ocupante del vehículo, desde el interior, mira hacia el lodazal. Sus comisuras en mejillas y boca están muy marcadas. Creemos, quizá hasta entendemos, que le impacta la causa del contratiempo, pero ignoramos qué pasa realmente por su cerebro y, sobre todo, cuánta utilidad coyuntural infiere que puede traerle en su imagen pública. Sin duda, la fuerza de lo ilustrado en esta placa —espontánea, la suponemos— da para muchas especulaciones.
Después, también impresos por la cámara, vienen el caminar entre el piso lodoso y el “aventón” en una camioneta de redilas, al cual se agregan pasajeros de alto nivel recargados en el emparrillado de la caja, aunque en esta última toma, por desgracia, el espejo retrovisor nos oculta parte de la cara del protagonista. El viaje prosiguió, ya sin contratiempos ni más fotos oficiales. Casi tras lomita se hallaba por fin el devastado Acapulco, o mejor dicho: las instalaciones navales del ahora exparadisiaco Acapulco. Mucho fango, cero nueces.
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Desde cualquier ángulo que se le vea, Otis sopló con furia destructiva. No sólo sobre las costas guerrerenses sino virtualmente sobre la nación entera. Al mirar de nuevo aquella primera fotografía, tan instantánea, alegórica y merecedora de varias lecturas, me atrevo a calificar el momento político actual como cuatroteotis en vez de la prometida apoteosis.
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