YOLANDA

¿Cuál es tu nombre y tus pronombres?

Hemos crecido en una sociedad que fomenta la discriminación y la violencia. La gran mayoría de las veces, relacionamos estos actos a hechos que atentan contra la vida y la integridad, como por ejemplo los asesinatos, la violación o la violencia física.  

Nos cuesta trabajo creer que esta violencia, parte de los pactos sociales que mantienen las estructuras de poder y que pueden estar en hechos tan cotidianos como nuestros nombres y la forma en que las personas se refieren a nosotres.  

Hace un par de años, en una clase la maestra me preguntó cuál era mi nombre. Me pareció extraño porque tenía la lista del alumnado, le respondí con mi nombre legal, el que mis xadres eligieron para mí al nacer. Negó con la cabeza y me dijo: el mundo siempre decide como nombrarnos, por eso es importante que nosotras digamos como queremos ser nombradas.  

Les xadres nos asignan un nombre, en mi caso no es que me disguste, pero no lo siento mío. A los 14 años empecé a nombrarme como Ninde y luego de un amplio debate por cual de mis dos apellidos usar decidí quedarme con MolRe. He pasado de pensar que Ninde es un simple apodo, a mi identidad, una que la gente tiene que respetar más allá de si se encuentra o no en un papel. Este aprendizaje lo adquirí de acompañar a personas trans y no binarias que todos los días luchan contra una sociedad que se niega a reconocer su identidad y pretenden imponerles otra.  

Pero hay otros ejemplos de cómo nuestra identidad es negada en varios espacios: cuando a las mujeres nos dicen: nena, niña en el trabajo, en el salón y a los compañeros se les nombra por sus apellidos, nombres o incluso cargos. Cuando alguien decide en algún espacio ponernos algún apodo que vaya relacionado con alguna situación o característica de nuestra persona que al principio puede ser para violentarnos pero que a veces, nos reapropiamos. La reapropiación de insultos y términos peyorativos es uno de los mecanismos de resiliencia que las personas oprimidas han utilizado por décadas para enfrentar la violencia.  

Por otro lado, está la lengua, que disculpen la obviedad, pero todos los lenguajes son de creación humana. Eso significa que le lengua es un reflejo de la sociedad, de ahí que en algunas lenguas no existan ciertas palabras para borrar a grupos específico o como el caso del español que es sumamente sexista. A través del lenguaje las mujeres hemos sido borradas, aprendimos a sentirnos conformes con estar incluidas en una O, que no representa ni nuestras luchas ni nuestros procesos. Actualmente las personas no binarias y trans han puesto la necesidad de utilizar el lenguaje inclusivo, uno que desafía el binarismo de género que tenemos introyectado hasta en cómo nos referimos a ciertas profesiones (yo, 8 años después sigo diciendo enfermeras y médicos, qué vergüenza).  

Justificaciones para negarse a reconocer la existencia de las mujeres y las personas no binarias hay muchas: que, si la O es universal, que qué hueva tener que decir: todas, todos y todes, que estamos deformando la lengua como si se tratara de alguna escultura que ya no puede ser intervenida.  

Si tenemos el compromiso de erradicar la discriminación y la violencia, tenemos que asumirlo en nuestro día a día. Tenemos que cuestionar todo el tiempo qué hacemos, por qué lo hacemos y qué impacto tiene. 

La lengua como construcción social, humana ya está cambiando, queramos o no. Al principio, nos vamos a equivocar y nos tenemos que disculpar, pero que se nos haga costumbre preguntar a las personas por su nombre y sus pronombres, ya que no sólo es una muestra de empatía sino de respeto y de igualdad hacia les demás.  


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