Por Dino Madrid
El pasado fin de semana la capital hidalguense fue testigo de la asamblea morenista más importante en los últimos años, asamblea que convocó la dirigencia nacional de morena encabezada por Luisa María Alcalde y Andrés Manuel López Beltrán, en coordinación con la dirección estatal, encabezada por Marco Antonio Rico Mercado, asamblea precedida por una reunión de organización en la que los resultados obtenidos el pasado 2 de junio fueron ampliamente reconocidos por la nueva dirigencia nacional.
Pero hablemos y reflexionemos un poco sobre lo sucedido en la asamblea pública, en la que muchos ‘fundadores’ –o lo que sea que eso hoy signifique– expresaron su inconformidad, inconformidad nutrida por viejas cicatrices que por lo visto aún no sanan.
Es ahí donde hay que decir que la crítica interna en un partido político como morena es un elemento esencial para su fortalecimiento y consolidación. Es a través del cuestionamiento constructivo que las instituciones democráticas logran afinar su dirección, corregir errores y, sobre todo, mantener una conexión genuina con las demandas de su militancia y sociedad.
Sin embargo, es vital que este ejercicio no se convierta en un ruido que solo busque opacar los logros y avances obtenidos. Una crítica responsable no debe ser un arma para la desestabilización ni una excusa para frenar el impulso político que se ha construido a base de trabajo, organización y aciertos.
Habría que hacer una crítica también hacia esos ‘fundadores’, quienes ya en su momento la hoy presidenta Claudia Sheinbaum Pardo aseguro que no ganan las encuestas, tal vez están canalizando sus esfuerzos de manera errónea, azuzados por grupos de interés.
El reto está en encontrar un delicado equilibrio entre señalar los aspectos perfectibles y resaltar aquellos que han generado beneficios tangibles para las mayorías. Darle el justo peso a la crítica significa reconocer que siempre hay espacio para mejorar, pero también que los avances logrados merecen ser defendidos y celebrados.
Cualquier proyecto político que aspire a ser duradero debe aprender a filtrar las voces, dándole prioridad a aquellas que buscan construir, no destruir. En este sentido, la crítica interna debe ser vista como un mecanismo de renovación constante, pero no como un elemento que bloquee su avance. El debate es esencial, pero su exceso puede fragmentar los esfuerzos.
La clave es comprender que la autocrítica no debe buscar paralizar al partido ni desviar su enfoque de las metas a mediano y largo plazo. Finalmente, los partidos deben ser conscientes de que en la arena pública, la imagen y la percepción lo son todo. El ruido generado por una crítica excesiva o desproporcionada solo beneficia a quienes buscan debilitar al proyecto desde fuera, incluso desde adentro.
Por eso, la reflexión interna es necesaria, pero siempre debe estar orientada hacia la consolidación de un proyecto que, con sus fallas y aciertos, sigue avanzando.