En igual día al de hoy, el de 1869, nació Mahatma Gandhi, abogado y defensor de su pueblo. En homenaje a su liderazgo pacifista, la Organización de las Naciones Unidas declaró al 2 de octubre Día Internacional de la No violencia.
Para el independentista indio “la no violencia es la mayor fuerza a disposición de la humanidad; más poderosa que el arma de destrucción más poderosa concebida por el ingenio del hombre”
Ese pensamiento, subraya la ONU, es referencia para hombres y mujeres en la vida pública, el pensamiento político y el gobierno, y símbolo de los anhelos y esperanzas de los habitantes del planeta.
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En México la conmemoración coincide con el aniversario de un violento quiebre histórico: la agresión criminal contra los manifestantes del movimiento estudiantil de 1968.
Transcurridos cincuenta y cinco años, otros acontecimientos conforman nuestra historia de violencia. Sociales unos, políticos otros; de impacto individual o colectivo; de mayor o menor trascendencia mediática, nacional o internacional.
A los sucesivos homicidios del industrial regiomontano Eugenio Garza Sada, del artista Víctor Iturbe, el Pirulí, de Manuel Buendía, periodista, de los políticos Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu, de Digna Ochoa, defensora de los derechos humanos, y los recientes de dos sacerdotes jesuitas en Chihuahua; se suman las ejecuciones de las muertas de Ciudad Juárez, setenta y dos migrantes en Tamaulipas, cuarenta y tres estudiantes de Ayotzinapa y veintidós personas en Tlatlaya. El listado incluye caídos de las fuerzas armadas y policiales.
Las estadísticas no decrecieron. En los años recientes aumentaron a miles de víctimas de feminicidio, secuestro, violencia familiar, de género y reproductiva; asalto y robo, población desplazada, extorsión, tortura y desapariciones forzadas. Causas y saldos –alcanzan animales y monumentos -, marcan triste, trágica, vergonzosamente, nuestras primeras décadas del milenio.
Sin ser problema generalizado en la República, anchas regiones presentan síntomas de alarma; venidos de menos a más, en algunas son costumbre, donde no, se perciben con cierta normalidad. Malo acostumbrarse a tal condición de miedo, angustia e intranquilidad consecuentes.
Vio Gandhi peor forma de violencia: la pobreza. También en ello estamos en falta como país, a pesar de salud macroeconómica, estabilidad cambiaria, programas sociales, remesas de divisa e inversión en obra pública.
Su diversa vertiente, nociva principalmente en la población más joven, es la ruta hacia la delincuencia organizada, productiva y por eso también empleadora en los niveles ahora conocidos.
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El tiempo dirá si en el tratamiento de la pandemia, y en general en el déficit de los sistemas de salud, educativo y asistencial hubo algún grado de violencia, contribución a los catastróficos resultados. También en el polarizante mensaje gubernamental y el agresivo e irrespetuoso de algunas instituciones y personalidades públicas,
Desde todos los espacios el compromiso debe ser a construir la paz. Con diálogo, óptica propia y acciones pertinentes, tan diferenciadas como la sociedad nuestra, con más democracia y respeto al Estado de derecho. Hoy es fecha para comprometernos. Posponerlo arriesga a engrosar la numeralia de la violencia.
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