Durante el desarrollo de cada persona tenemos diferentes experiencias y aprendizajes, de acuerdo a los contextos sociales, culturales, económicos, educativos, entre otros. Algunos se relacionan con nuestro sexo y género, otros con las preferencias sexuales y otros con nuestras ideas y conductas. Muchos aprendizajes devienen en machismo, entendido como la creencia de que los hombres somos superiores a las mujeres, y por ello las discriminamos para hacer valernos más que ellas en la cotidianidad.
El género de las personas se construye a partir de su biología, de vivencias y mensajes de su entorno. Se presenta por etapas y circunstancias desde la infancia, la adolescencia y la adultez.
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud y especialistas en la materia, el género es la suma de ideas, conductas, roles, discursos, mandatos, costumbres, valores, funciones prácticas o cosas por hacer, que esperamos de las personas por el simple hecho de tener un cuerpo de hombre o de mujer.
Para Marta Lamas el género ha sido cambiante a lo largo de la historia. Es decir, se va modificando a partir de influencias de la vida real y cotidiana. Lo que no cambia es la diferencia biológica; es decir, los sexos.
La obstetricia asigna el género masculino o femenino a quienes nacen con órganos reproductivos de hombre o mujer. Al nacer, ya habrá un andamiaje social y cultural respecto a lo que tendrá que hacer, vestir, jugar, comer, pensar, una persona recién nacida para identificarse masculino o femenino. Sin embargo, esa identidad es resultado de un proceso más complejo, que incluye la posibilidad de identificar disonancias entre las voces que le dicen que es niño o niña y lo que su propio cuerpo y cerebro le dicten.
Samuel Ramos advertía desde 1933, en El Perfil del hombre y la cultura en México, según las doctrinas psicológicas, que el carácter individual de un hombre se define desde su infancia a partir de sus experiencias vividas. Si están imbuidas en conductas machistas, ese será el resultado.
En nuestro país, la masculinidad es sinónimo de virilidad, fuerza, competencia, y en muchos casos violencia. Este filósofo mexicano reseñó hace casi un siglo el sentimiento de inferioridad que consume al mexicano (hombres y mujeres) con relación a otras culturas. Inferioridad que compensamos con actitudes pendencieras, histriónicas, con intenciones ocultas y resentimiento. Su descripción define en parte al macho mexicano.
A pesar de ese estándar sociocultural todavía vigente, es muy importante hacer comprender a la población que el género es una categoría social y cultural, a la cual las personas tenemos la libertad y el derecho de adscripción.
Sobre todo, porque en México hay 5 millones de personas mayores de 15 años que se asumieron de la comunidad LGBTI+, según el INEGI. De las cuales, casi 400 mil lo hicieron por su identidad de género. Es decir, asumen pertenecer a un género distinto al asignado al nacer.

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