Enrique Rivas columna Vozquetinta

Columnista sí, vacacionista no

Me habría fascinado dedicar hoy el Vozquetinta a cualquier asunto intrascendente o frívolo, y tratarlo con vaguedades o palabrería hueca, nada más para salir del paso. Total, ¿a quién decepcionaría? Nadie iba a notar siquiera la trampa, porque nadie en su sano juicio va a leer, en fechas tan disruptivas como las dos últimas semanas del año, a un trasnochado opinador que los once y medio meses restantes se la pasa perorando a mitad del desierto. Así, al menos mi materia gris se tomaría un placebo de vacaciones, que tanta falta le hace.

Pero, ¡ay!, sueños guajiros. Retacar una cuartilla o cuartilla y media con lo primero que se me cruzara por la mente y sin aportar algo sustantivo o novedoso al tema, es lo peor que podría ocurrírseme. ¿Con qué cara me presentaría ante las poquísimas personas que, por no dejar o por simple chiripa, me leyeran, si a las primeras de cambio descubrirían que me ganó la desidia, o la indolencia, o la fodonguez al escribir? No, de plano yo no sirvo para producir textos de relleno, redactados al ahisevá. Pesan más en mi ánimo la conciencia y el prurito ético que el valemadrismo.

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Aquí estoy, pues, tratando de no hacer concha. Me sobrepongo al desgaste natural de las otras cincuenta semanas del año que invierto en cazar tópicos interesantes, aplicarles el bisturí, respaldarlos con datos fehacientes, argumentarles juicios que me parezcan válidos. Luego, vestirlos en un artículo, mandarlo con suficiente tiempo al periódico, esperar a verlo publicado el domingo, leerlo otra vez de principio a fin, alegrarme el día si me satisfizo, ser el primero en criticarme las fallas que le descubra, compartirlo por vía celular, intercambiar comentarios con las aguantadoras amistades a las que se los envío…

Difícil, fatigosa, obsesiva quizá, pero necesaria y muy gratificante, es esta mecánica rutinaria semanal. Imposible, en consecuencia, dejar de cumplirla. Renunciar a ella es evadir el compromiso que tengo con los lectores potenciales, así sean estos uno o dos. Porque una columna supone hablar también a nombre de otros, traducir sus sentires y pensamientos, ser su contlapache de ideas o su guía por los laberínticos tours de la lectura. Cuestión, me parece, no sólo de corresponsabilidad, sino de servirles como su voz cantante.

En suma: ¡adiós, tentación de tomarme un asueto, adiós! Y sin embargo, ¡qué envidia me dan aquellos columnistas que a mediados de cada diciembre siempre cierran su última colaboración con un comodino «Por vacaciones, estaré de vuelta el día [tantos] de enero»! Si la envidia fuera tiña, ya estaría yo internado en un lazareto de tiñosos.

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