Coincido con Fermín Gassol en lo que escribió en La Voz de Tomelloso: “Decía Goethe que “los cobardes sólo amenazan cuando se creen a salvo”. Miedoso y cobarde son dos conceptos parecidos, aunque no iguales. Tener miedo es condición muy humana. Y es que todos tenemos muchísimo aprecio por nosotros mismos, entre otras cosas porque es lo único que poseemos para el resto de la vida de manera cierta y ya sabemos que d0nde está el cuerpo está el peligro. El miedo siempre nos invade cuando existe el riesgo de perder algo valioso, desde un objeto hasta la vida. Hace referencia a nuestra actitud hacia las cosas o hacia las circunstancias. El valiente, sin embargo, es aquel que menosprecia de manera más o menos consciente el riesgo para afrontar una situación incierta.
El cobarde es otra cosa, responde a otro tipo de persona. El cobarde es un miedoso que no quiere parecerlo, hace trampa porque su valentía aparece cuando se sabe a salvo del riesgo. El cobarde es un miedoso que quiere aparecer ante los demás como un valiente. Cobardes hay de muchos tipos, los que actúan a la sombra de otros, los que operan a traición o cuando nadie los ve; son aquellos que se parapetan tras el burladero de la vida, los que sacan la barriga cuando los pitones ya han pasado. Pero de todos ellos los más indeseables son los que se amparan en el anonimato”.
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El cobarde anónimo se alimenta de su hiel, de la envidia que le provoca el espacio que no ocupa en el mundo. El trabajo ajeno, el éxito de los demás. La vida de los otros le puede porque lejos de ser un aliciente para convertirse en una mejor persona, le llama a la acción de la descalificación y el encono. El cobarde anónimo crítica, calumnia, señala y se esconde. Su valía personal le impide enfrentarse a la vida y claro, a los que él piensa que son sus adversarios. En lugar de centrarse en trabajar, en perseguir el bien común y construir otra realidad, el cobarde anónimo se centra en observarse el ombligo, está demasiado ocupado elucubrando sobre los motivos de porqué no puede avanzar en la vida, creando acciones que harán sus enemigos imaginarios, pensando en el qué dirán o en el qué dijeron.
El cobarde anónimo se ocupa demasiado en su rencor del mundo y en cómo manifestarlo, se pone creativo y envía mensajes, participa en redes sociales, utiliza bots, intenta diseminar su lodo por todo el orbe y lo único que consigue es ahogar su bilis en el tenue recuerdo de la efímera rumorología de los miles de mensajes que a diario se diluyen en el orbe.
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El cobarde anónimo causa molestia, sí, pero no por lo que logra expresar, sino por la tristeza que emana de la frustración y la mediocridad de su resentimiento. Los juicios sumarios que provoca tienen el destino del humo. Pero, momentáneamente logran su cometido: denigrar, golpear, celebrar y replicar un “chisme” que en el morbo lleva la penitencia. El cobarde anónimo da pena porque desde un sentido humano, no se le desea el mal a nadie; pero también da pereza pensar en él, porque existen, al menos, dos millones de cosas más importantes en el mundo en que ocupar la mente.